Testigos de la obra de Dios
Piernas amputadas que son restituidas, milagros eucarísticos… Los archivos de la Iglesia custodian sorprendentes relatos que, siglos después, siguen alimentando la fe
Noche del 29 de marzo de 1640. Los padres de Miguel Pellicer van a la habitación de su hijo para comprobar que duerme bien en su primer día en casa. Tres años antes, un accidente de carro había obligado a amputarle media pierna derecha al joven, que desde entonces había pedido limosna en el santuario del Pilar, donde aprovechaba el aceite de las lámparas de la Virgen para ungirse el muñón y paliar el dolor. Al entrar, ven a la luz del candil que bajo la capa asoman dos pies. Miguel había recuperado su pierna, que conservaba viejas cicatrices.
Hechos así alimentan nuestra fe siglos después gracias al celo de las personas que, con los mejores medios de su época, dejaron constancia de ellos, y también al de los archiveros que cuidan e investigan los documentos que los narran. El de Calanda, además de ser «el milagro posevangélico más espectacular», es «el mejor documentado», afirma Ester Casorrán, del archivo del santuario de la basílica del Pilar. «Ya en los días siguientes levanta acta el notario de Mazaleón, un pueblo cercano». Además, cuando Miguel Pellicer volvió a Zaragoza a dar gracias a la Virgen, «el ayuntamiento solicitó a la diócesis que iniciara una investigación». En otros casos de favores extraordinarios de la Virgen, que eran frecuentes, se hacía una simple anotación en el archivo del Pilar.
Declarar un milagro «es un proceso muy minucioso para valorar si el hecho es verdadero y si trasciende las leyes de la naturaleza –explica Casorrán–. En el caso de Calanda queda totalmente demostrado» por la cantidad de testigos que habían visto a Pellicer antes y después del milagro, entre ellos el cirujano que le amputó la pierna. Así se reconoció el 27 de abril de 1641.
Ester Casorrán explica que su fe y su devoción a la Virgen no dependen de estos hechos, «pero sí están más sustentadas por lo que he leído. Son hechos reales; han ocurrido. La información de un archivo es muy poco susceptible de ser manipulada». Además de ser un apoyo para la fe, las investigaciones de los archiveros hacen posibles nuevos descubrimientos significativos. En el caso del milagro de Calanda, por ejemplo, el padre Tomás Domingo, canónigo archivero hasta 2004, «descubrió que Pellicer estuvo trabajando en el Pilar hasta su muerte», el 12 de octubre de 1654, día precisamente de la Virgen del Pilar. Para la investigadora, ese descubrimiento «es el broche de oro» al milagro.
Pascual Sánchez, responsable del archivo parroquial de Daroca, también trabaja en un lugar privilegiado. La localidad zaragozana alberga uno de los milagros eucarísticos más famosos de España: los corporales que conservan restos de seis formas consagradas que se convirtieron en sangre durante una batalla entre cristianos y musulmanes el 23 de febrero de 1239 en Luchente (Valencia). Hay documentos de la época, pero donde mejor atestiguado quedan los hechos es en la Carta de Chiva, de 1340. Miguel Pérez Cabrerizo, secretario del Ayuntamiento de Daroca, fue a Luchente para investigar y escribir una crónica que sobreviviera a la tradición oral. Fruto de su trabajo, el notario de Chiva firmó un acta en la que afirma: «Son ciertos los testimonios que ante mí han dado cristianos y mahometanos, que oyeron contar a sus antepasados el milagro de los corporales».
Tradición oral y escrita van de la mano: «Mi madre —recuerda Pascual Sánchez— me contó que una vez se corrió la voz de que iban a llevarse los corporales y cientos de personas se concentraron con armas a la puerta de la basílica para impedirlo. Yo pensaba que era fantasía, pero encontré un documento que lo narraba. Ocurrió en 1892. Me llevé una gran alegría».
Los milagros de Calanda y Daroca han sido dos de los protagonistas del XXIX Congreso de la Asociación de Archiveros de la Iglesia en España, que se celebra esta semana entre Zaragoza, Huesca y Jaca con el lema Milagros y hechos prodigiosos en los archivos de la Iglesia. Además de los archiveros del Pilar y Daroca, han intervenido, entre otros, monseñor Vicente Jiménez Zamora, arzobispo de Zaragoza, y monseñor Jesús García Burillo, obispo de Ávila.