Testigos de la Ascensión del Señor
Solemnidad de la Ascensión / Evangelio: Lucas 24, 46-53
En este domingo VII de Pascua celebramos la solemnidad de la Ascensión del Señor a los cielos. Es el domingo inmediatamente anterior a Pentecostés, en el que nos vamos acercando ya a la culminación de la Pascua.
Las lecturas de este domingo se abren con el comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles, la segunda parte de la obra de Lucas dedicada al nacimiento de la Iglesia, y se cierran con el final del Evangelio de Lucas. De este modo, los primeros versículos de los Hechos de los Apóstoles junto con los últimos del Evangelio de Lucas constituyen el nexo que une a Jesucristo con la Iglesia. Lucas es un evangelista y un testigo preocupado por aunar y expresar al mismo tiempo la profunda continuidad que hay en todas las etapas de la historia de la salvación (Israel, Jesucristo, la Iglesia, Pedro y Pablo…), pero al mismo tiempo la diferencia, la diversidad, el salto, la novedad que trae consigo cada etapa. Es un evangelista con un ministerio especial: el de la gracia en el tiempo. Porque la gracia abre el tiempo a horizontes nuevos, sin destruirlo. Así, en el fondo de cada etapa está el momento anterior, no destruido, sino abierto y culminado.
En la primera lectura (Hch 1, 1-11) se subraya en primer lugar que después de la Resurrección los apóstoles han estado con Jesús. Se ha aparecido a ellos, han comido con Él, lo han visto. No hay un vacío, no desaparece sin más. En segundo lugar, Jesús los invita a estar en Jerusalén aguardando el cumplimiento de la promesa de Dios. El Reino vendrá cuando el Padre quiera, es voluntad y regalo de Dios. No es conquista del hombre. Por tanto, a ellos «no les toca marcar los tiempos». Y finalmente, la Ascensión del Señor será vivida, narrada y, sobre todo, atestiguada.
En el Evangelio Lucas termina con esa intromisión en lo divino de la humanidad del Señor, entregada ya y resucitada. Así finaliza Lucas. Su pretensión es que quede muy claro que el final de Jesús es el comienzo de la Iglesia. No hay un abismo, una ausencia. Este periodo es otra etapa, pero en una línea de continuidad. Es el gran don de Jesús por medio del Espíritu, pero un don que viene de antes. Habrá novedad, profunda novedad, pero dentro de la continuidad de la historia de la salvación.
El Evangelio de este domingo habla en primer lugar del cumplimiento de las Escrituras. Cristo morirá y resucitará, «así estaba escrito». Se subraya la continuidad. Porque la Escritura es el testimonio escrito de la voluntad de Dios. Por tanto, Jesucristo será una novedad total y absoluta, pero cumplirá y plenificará lo que Dios había ido haciendo por medio de Él, y que está en la Escritura. En segundo lugar, Lucas subraya que en la Resurrección y Ascensión, en la glorificación del Señor, Él ha traído la comunión y el perdón de los pecados para todos los pueblos. Ahora Jesús, el Hijo de Dios cuya humanidad ha sido glorificada, aparece en el centro de la historia, en lo más alto del Cielo, es decir, allí donde toca a todos los momentos y a todas las situaciones de la vida. De este modo, Lucas ya está anunciando lo que será el nervio de su segundo libro (los Hechos de los Apóstoles): cómo el Evangelio va a llegar a los gentiles sin romper la continuidad, y cómo Pablo no hace más que sacar a la luz por el don de Dios lo que previamente Pedro había abierto, la conversión de los paganos.
Finalmente, Jesús invita a los discípulos a quedarse en la ciudad. Les pide que no salgan antes de tiempo, por su propia voluntad, sino que tienen que ser enviados. Y para eso necesitan el poder de lo Alto. Por tanto, Jesús los anima a esperar esa fuerza.
Celebremos la Ascensión del Señor, a la espera del domingo de Pentecostés. Esta solemnidad nos invita a mirar a Cristo no como el hombre del sufrimiento que termina con la muerte en la cruz, sino como el Resucitado que nos da su vida. Vivamos la presencia del Señor en la Gracia del don del Espíritu Santo. No caminamos en vano, sino que miramos hacia Aquel a quien crucificaron y que se ofreció por nosotros, por un amor que no tiene límites ni tiempo. Confiados en esta misericordia, pongámonos en camino, levantando muy alto nuestro vuelo, alzando nuestra mirada hacia la vida eterna.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto».
Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.