El Buen Pastor, el Sacerdote eterno - Alfa y Omega

El Buen Pastor, el Sacerdote eterno

IV domingo de Pascua / Evangelio: Juan 10, 1-6

Juan Antonio Ruiz Rodrigo
‘Cristo, Buen Pastor’, de Cornelis Engebrechtsz. Museo Boijmans Van Beuningen, en Róterdam (Holanda).

En este tiempo pascual contemplamos de una manera especial a Jesús resucitado: Él es el Cordero que fue inmolado en la cruz (cf. Ap 5, 6-12), pero con la Resurrección ha llegado a ser Pastor, que guía a su rebaño y alimenta a sus ovejas a través de nuevos pastores elegidos y entregados por Él. Jesús es el Viviente que, como «Pastor de los pastores» (1 Pe 5, 4), está entre el Padre –del cual es Hijo–, y los creyentes en Él, su querida manada

El cuarto domingo de Pascua es conocido tradicionalmente como el domingo del Buen Pastor, porque el Evangelio que se proclama es siempre una parte del capítulo 10 de Juan, el discurso que Jesús pronuncia proclamándose el Buen Pastor. El Evangelio de este domingo es un pasaje corto, pero importante. Se sitúa en el horizonte de dos grandes fiestas judías: los Tabernáculos (cf. Jn 7, 1-10, 21) y la Dedicación (cf. Jn 10, 22-39). En un momento significativo, en las inmediaciones del templo de Jerusalén, Jesús se arroga el sacerdocio, el pastoreo divino. La fiesta de los Tabernáculos (cf. Lv 23, 15-21) recordaba también la consagración del templo por Salomón, se celebraba en otoño, y era una fiesta popular, llena de luces y luminarias. Sin embargo, la fiesta de la Dedicación se celebraba unos meses después, en invierno, con un carácter más serio, más litúrgico, recordando la nueva consagración del templo después de que el rey seléucida Antíoco IV Epífanes lo profanó y los macabeos reconquistaron Jerusalén y purificaron el templo (cf. 1 Mac 4, 56-59; 2 Mac 10, 6-8). Entre esas dos fiestas, o tal vez en la primera, la fiesta de los Tabernáculos, Jesús, mientras todo el pueblo lee solemnemente lecturas sacerdotales, mientras se proclama el sacerdocio y el culto del templo, Él grita: «Yo soy el Buen Pastor». Se declara sacerdote y pastor. Él habla de la gratuidad en unos versículos antes del texto evangélico de este domingo: «Yo no soy un asalariado» (cf. Jn 10, 11-14). Él paga con la vida su trabajo. Porque Él es el Hijo del Padre. Porque las ovejas son suyas –son sus hermanas, y de alguna manera sus hijas–: las conoce una a una y las quiere entrañablemente, y las defiende del lobo a costa de su vida. No huye, da la cara por ellas.

Jesús se declara como el verdadero Pastor, el único y definitivo. Por parte de Jesús esto significa, en primer lugar, conocer a las ovejas. Y conocer en el lenguaje bíblico es amar. Jesús conoce, es decir, ama. En segundo lugar, da la vida eterna. Es decir, ese conocimiento, ese amor, esa unión, contagia la vida eterna que Él posee. Y es el Pastor que conduce hacia el Padre.

¿Y qué supone esta proclamación de Jesús por parte de las ovejas? En primer lugar escuchar. Ellas reconocen y escuchan («Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor», Dt 6, 4). En segundo lugar, le siguen, van tras Él, no lo abandonan. Y en tercer lugar, no dejan que nadie las arrebate de su mano. Son sus ovejas, se las ha entregado el Padre, no las ha escogido Él. No se dejan arrebatar, porque son del Señor y se las ha dado el Padre.

Meditemos en este domingo sobre el Buen Pastor, y pidámosle vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada: elegidos por Él, consagrados por el Espíritu Santo, para pastorear y enriquecer al pueblo cristiano. El Buen Pastor, Jesucristo, es el Sacerdote eterno. Y por eso es el Pastor definitivo que nos conduce al Padre. Él es nuestro Pastor (cf. Sal 23), que nos guía incluso por valles de tinieblas, sufriendo esa oscuridad de la noche con nosotros, con tal de que no nos perdamos y de que lleguemos al Padre. Como pastor y sacerdote, Él ejerce su misión intercediendo por nosotros, porque Él es el mediador (cf. 1 Tim 2, 5; Hb 8, 6-7).

El Buen Pastor dirige, conduce, habla, mediante sus amigos íntimos, elegidos, a los que ha dado el Espíritu, los ha ungido, y los ha constituido ministros sacerdotales de su sacerdocio, pastores en Él. Los sacerdotes son los amigos íntimos del Pastor, colaboradores ungidos por el Espíritu en su pastoreo. ¡Qué bonita es la vida del pastor cuando entiende en qué consiste el pastoreo! ¡Qué felicidad colaborar con el Señor, y tener cada vez más intimidad con Jesús a través de la misión pastoral!

Este domingo del Buen Pastor es un día para orar por las vocaciones sacerdotales y por los sacerdotes: por su fidelidad, por su santidad, para que el Espíritu Santo los proteja de esas grandes tentaciones en momentos difíciles que pueden romper la Iglesia y escandalizar, creando odio en el mundo. Valoremos el servicio pastoral de los sacerdotes, recemos por las vocaciones al sacerdocio, y agradezcamos a los jóvenes que, a pesar de todo, se atreven a dar este paso con nobleza, con limpieza de corazón y con generosidad.

IV domingo de Pascua / Evangelio: Juan 10, 1-6

En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».