Sviatoslav Shevchuk: «Nuestros fieles del Dombás esperan que no se olviden de ellos»
Recuperar todo el territorio de Ucrania no es para el primado grecocatólico ucraniano un objetivo militar, sino la condición para que la libertad religiosa vuelva a las zonas ocupadas
La contraofensiva ucraniana no avanza y la guerra en su país pasa a segundo plano. ¿Teme que se enquiste?
Todos los ucranianos rezan cada día para que el conflicto termine lo antes posible. Pero sabemos que si la guerra se queda congelada jamás va a terminar. La parte rusa a veces necesita un periodo de tiempo para reunir aún más armas y atacar con más fuerza. La guerra empezó hace diez años y durante un tiempo estuvo casi congelada, pero después se retomó con una nueva escalada. La gente se siente agotada, es normal. Pero al mismo tiempo presiona al Gobierno para que no suscriba ningún acuerdo que fije el frente actual.
¿Por qué?
La paz llegará solo cuando recuperemos las fronteras reconocidas internacionalmente. Es verdad que no es un momento de grandes avances pero —aunque no puedo comentarlo desde el punto de vista militar—. Ucrania se prepara para liberar las partes ocupadas por los rusos. No es solo una idea geopolítica o militar: nos duele mucho la gente que vive allí. Nuestros feligreses en el Dombás y en el sur esperan que el Gobierno no se olvide de ellos, porque viven un sufrimiento muy grande.
Pero a su Gobierno cada vez le cuesta más conseguir apoyo militar. ¿Tiene esperanza de que en la cumbre que se prepara en Suiza se avance para aceptar la propuesta de paz del presidente Zelenski?
Sabemos que nuestro sufrimiento tiene el riesgo de convertirse en una guerra olvidada. Es importante que tampoco el mundo se olvide de nosotros. Necesitamos diálogo internacional, pero también un apoyo internacional que tenga en cuenta las causas de esta guerra. La guerra en Ucrania no es una guerra ucraniana, los rusos dicen abiertamente que los ataca Occidente como colectivo. La Iglesia ortodoxa rusa la llama «guerra santa» contra un Occidente inmoral y pervertido. El patriarca Cirilo habló de «guerra metafísica». Necesitamos que todo el mundo entienda que aquí se juega el futuro de Europa.
¿Cómo está funcionando por ahora la misión del cardenal Matteo Zuppi?
Buscamos una alternativa para que no se propague la guerra, y hay que abrir todas las puertas posibles al diálogo. De momento, un diálogo directo entre Ucrania y Rusia es comprometido, porque Rusia no reconoce a nuestro país como sujeto; para ellos somos un territorio que reconquistar. Por ello, es muy importante que se abra una vía lateral de contacto. La misión de Zuppi es clave, porque es un mensajero de paz que puede aliviar el sufrimiento de los prisioneros y de los niños que el Gobierno ruso se llevó en contra de la ley internacional y la moral cristiana.
Dentro de la discreción necesaria para que la labor pueda continuar, ¿se puede hablar de frutos concretos?
Estamos muy agradecidos de que estuviera particularmente interesado en la situación de los niños. Según el Estado ucraniano casi 20.000 niños han sido secuestrados por los rusos, pero los mismos rusos informan de que son casi 800.000 menores deportados. Según nuestras autoridades, a comienzos de este año habían regresado 388, dentro de seis posibles escenarios para recuperarlos. No sabemos cuántos fueron liberados gracias a la misión del cardenal Zuppi. Pero si unimos esfuerzos a diferentes niveles, cada vez serán rescatados más. Además, aunque por el momento no hemos obtenido resultados muy claros y directos no hay que desanimarse, sino a nivel internacional buscar todos los medios para aliviar el sufrimiento de los niños y de todo el pueblo, parar al agresor y que se convierta y desista de sus malas acciones y del genocidio contra el pueblo ucraniano.
¿Su labor ha llevado a que desde Ucrania se entienda mejor la postura de la Santa Sede, después de varios desencuentros en torno a las palabras del Papa?
No, no es una consecuencia automática que con esta misión ahora se haya aclarado todo. Cada movimiento, cada expresión de la Santa Sede tiene que ser acompañada por una explicación. La gente necesita entenderlos. La primera vez que Zuppi visitó al Gobierno como mensajero del Papa, el mismo Gobierno no entendió bien con qué intención había llegado. ¿Viene con un plan de paz que quería imponer? ¿Era un mediador? Por eso el presidente dijo claramente que Ucrania no necesitaba mediadores sino aliados. Estamos muy atentos a las explicaciones oficiales de la Santa Sede y se las transmitimos a nuestra gente porque todos nos preguntan: ¿Realmente el Papa es un aliado de Ucrania? ¿Nos quiere ayudar?
¿Cómo viven sus fieles en las zonas ocupadas, donde están perseguidos?
La vida de las comunidades es peor que en la época soviética. Entonces existía un espacio privado, las casas, que no estaba controlado por el Gobierno. Allí se reunía la Iglesia, especialmente cuando alguien fallecía. En secreto, durante la noche, el sacerdote venía a rezar con nosotros y de madrugada volvía a casa. Así es como yo conocí por primera vez a un sacerdote, siendo niño. Para nosotros el cura era un señor que venía de noche a casa, y la iglesia no era el templo sino la comunidad que se reunía para rezar juntos.
En esa zona del país ahora ya no queda ningún sacerdote grecocatólico. Y con la tecnología este espacio privado se reduce drásticamente, la gente está muy vigilada. Es muy difícil reunirse. Hubo un primer momento, cuando los sacerdotes fueron arrestados o expulsados por las fuerzas de ocupación, en que la gente siguió reuniéndose en las iglesias. Una persona tenía las llaves e iban a rezar. Pero en un segundo momento de la represión el Gobierno ruso cerró las puertas de las iglesias, cambió las cerraduras. Más aún, la acusación oficial contra nuestros dos sacerdotes arrestados en Berdiansk fue por reunir a la gente para rezar sin permiso. A veces la gente se sigue reuniendo en secreto porque las autoridades aún no pueden seguir cada paso; otras siguen las celebraciones por internet. Pero la vida de las comunidades está muy controlada y se hace muy difícil.
Una de sus grandes preocupaciones es el impacto psicológico de la guerra.
Un soldado herido me dijo una vez: «Es muy fácil ir a la guerra pero muy difícil volver». Te afecta no solo físicamente sino a tu psique, a tu vida espiritual. El trauma ya está atacando al corazón de la Iglesia, que es la familia. Tenemos los datos más altos de divorcios desde la democracia. Hoy en día, la mayoría de familias ucranianas viven separadas, por ejemplo porque el padre está en el frente y la mujer ha huido con los hijos. Están las familias de los fallecidos, de los heridos y mutilados, de los que muchas veces se hacen cargo pero son incapaces de encontrar una buena asistencia médica. Otro grupo especial de familias son las de los desaparecidos en el campo de batalla. Una mujer de 23 años con dos hijos me preguntaba: «¿Debo rezar por mi marido entre los vivos o entre los difuntos?». También las de los prisioneros de guerra, que llevan años preguntando por sus familiares. Es una tortura psicológica constante. Cada vez que visito parroquias me dan nombres nuevos, que transmito al Vaticano.
¿Cómo puede la Iglesia sanar esas heridas?
Va a ser una labor muy particular de la iglesia durante años. Tenemos que aprender la pastoral del sufrimiento. Es muy fácil ser pastores de la gente feliz. Muchas veces en Occidente el desafío más grande para los cristianos es el bienestar. En este contexto la situación es muy distinta: cómo acompañar a quien llora. Muchas veces no podemos hacer nada, solo estar presentes y rezar juntos. Pero cuando el sufrimiento se comparte y no se abandona a la persona, ese dolor disminuye. Debemos aprender cómo anunciar la Buena Noticia de Cristo, dónde está Dios en este sufrimiento; es una pregunta existencial.
Como sacerdotes, como obispos, sabemos también que este continuo dolor de la gente te afecta. Es como una contaminación, no puedes permanecer impasible. Los pastores tienen que aprender cómo sobrevivir también ellos.
¿Esta pastoral del sufrimiento implica otra forma de vivir la fe?
Sí, se está desarrollando otro tipo de espiritualidad. Como pastor, percibo hasta las fibras de mi alma que Cristo está presente en las heridas de mi gente. No basta con adorarlo crucificado en la iglesia, hay que adorarlo y seguirlo en el cuerpo herido de mi pueblo. Por otro lado, vivimos en constante peligro de muerte. Tienes que guardar el alma limpia de pecado porque en cualquier momento puedes tener que presentarte ante Dios. Mientras vivimos en esta tierra tenemos posibilidad de convertirnos y pedir perdón. Yo me confieso con frecuencia para ser capaz de seguir adelante, de celebrar la Eucaristía con conciencia pura y ser un buen pastor para mi gente. También la gente está descubriendo de modo muy profundo el sacramento de la Reconciliación. En estas circunstancias, es un sacramento de esta pastoral del sufrimiento. Sin él y sin la Eucaristía no podemos seguir adelante.
Decía que acompañar continuamente el dolor afecta a los sacerdotes. ¿También ellos reciben terapia? ¿Y usted mismo?
Claro. Los mismos pastores necesitamos momentos de sanación. Todos estamos heridos. Si has vivido un bombardeo una sola vez, jamás vas a olvidar esa sensación. Por eso nuestro curso de formación para la pastoral del sufrimiento incluye un momento de terapia para los pastores. El sacerdote y el obispo que ha vivido este proceso personalmente va a ser mucho más capaz de ofrecer acompañamiento a la gente que lo necesita. De hecho, buscamos invitar ante todo a los sacerdotes más necesitados de esta sanación. Es también un modo en que el obispo puede ofrecer atención pastoral a sus pastores.
Es un aprendizaje muy lindo y con mucho éxito y una fama muy positiva. También me piden participar las hermanas, los laicos consagrados y los voluntarios. Obviamente los grupos son limitados, de no más de 20 personas, porque el aprendizaje pastoral es muy importante. Por eso vamos a tener que repetirlo muchas veces. Empezamos hace seis meses, y han pasado por él casi 1.500 sacerdotes.
Lleva dos años grabando videomensajes; a veces incluso desde un refugio.
El segundo mes de la invasión a gran escala visité una ciudad cerca de Kiev, Yitómir, que vivió un ataque muy fuerte de misiles rusos. Una viejita me agarró de la mano y me dijo: «Estamos aterrorizados, pero qué bien que nos hable». «Señora, pero no sé qué tengo que decirles», respondí. «No es importante lo que diga, es importante que nos hable». Esa voz de la Iglesia que está presente, como la voz de una madre que te quiere mucho, es fundamental para que la gente pueda sobrevivir a este terror y encontrar a través de ella la voz de Dios. Por favor, no se olviden de nosotros.