Clément Méric, joven francés militante antifascista, ha sido asesinado por un cabeza rapada. El diario El País señala a los culpables: «la dura campaña emprendida por la extrema derecha francesa con la ayuda de la Iglesia católica, contra la ley que reconoce el matrimonio entre personas del mismo sexo». El pecado original fue «la alianza entre Sarkozy y Benedicto XVI en torno al laicismo positivo» (sic). Ahora, la Iglesia está envalentonada. Las primeras protestas se produjeron «en un ambiente amable y festivo, entre kitsch y Disney», pero, «a medida que los meses pasaban, la homofobia salió del armario»… Menos mal que la ministra de Justicia está moralmente muy por encima de todo esto: «Culta, serena y tan dotada para la ironía como para la oratoria –escribe de ella el autor del artículo, Miguel Mora–, Tuabira ha replicado a los insultos de la Iglesia, la derecha y la extrema derecha recitando versos de Antonio Machado y citando de memoria versos jurídicos para tratar de explicar lo obvio: que el matrimonio homosexual es un derecho republicano más».
El diario omite que la Iglesia ha condenado repetidas veces la violencia, y que ha denunciado la infiltración de grupúsculos extremistas en las protestas. Además, identifica rechazo a la redefinición del matrimonio con homofobia, olvidando, por ejemplo, que importantes activistas homosexuales apoyan la movilización. E ignora el historial de agresiones de grupos neonazis contra antifascistas (o viceversa), sin necesidad de ley de matrimonio homosexual.
En abril, en el último de sus discursos como presidente de la Conferencia Episcopal, el cardenal Vingt-Trois, arzobispo de París, alertó de que este proyecto legislativo, en un momento de dura crisis económica, generaría tensiones y brotes de violencia. Ha habido agresiones de militantes de ultraderecha a sedes socialistas. Pero si un sector de la población ha sufrido ataques han sido los católicos, sin que, hasta ahora, desde ninguna comunidad, haya habido respuesta violenta. La reciente profanación de la catedral de Nantes se añade a las pintadas en la catedral de Limoges, a la profanación de la capilla Val de Grâce, a la agresión contra una librería católica en Nantes, o a varios ataques contra procesiones en Semana Santa, según documenta la web L’Observatoire de la Christianophobie.
El doble rasero de la prensa es recurrente, pero no sólo en Francia. El obispo de Springfield (EE. UU.) recordó hace unos días, en una conferencia, cómo, en 1998, fue asesinado un joven homosexual, acto que el prelado deploró sin matices. Lo que le duele es que, por esas mismas fechas, una antigua secretaria suya murió asesinada por otro joven homosexual, a quien había instado a cambiar de estilo de vida. Apenas se habló de ese caso.
Estados Unidos volverá, en los próximos días, a las primeras planas en la batalla del matrimonio, con el esperado pronunciamiento del Tribunal Supremo sobre la equiparación de las uniones homosexuales al matrimonio. El Reino Unido está a punto de aprobarlo definitivamente. Y en Alemania, la ministra Ursula von der Leyen siembra la división entre los democristianos, al abrir el debate sobre la adopción para los homosexuales. Parece una deriva inevitable, y entre tantos reveses, Francia lanza «el mensaje de que la lucha no ha terminado», ha dicho Antoine Renard, Presidente de la Federación de Familias Católicas de Europa. El momento es delicado. «El Gobierno ha dividido a los católicos, y las autoridades de la Iglesia deben ser prudentes». Así que es momento para extremar la cautela.
Pero también llegan noticias de Croacia, informa el blog De Lapsis, en Infocatólica, de Juanjo Romero. En apenas 15 días, las asociaciones familiares han recogido más de 700 mil firmas, sorteando las zancadillas que les iba poniendo el Gobierno, y para que se celebre un referéndum sobre el matrimonio. «El Gobierno socialista no sabe dónde meterse, y está tratando ahora de que el referéndum no sea vinculante». Porque, cuando a la gente se le da la oportunidad de hablar, ocurren sorpresas.