Superior jesuita expulsado de Cuba: «Un país para todos incluye a los que me hicieron mal»
David Pantaléon, que tuvo que dejar la isla en septiembre, explicó en una conferencia en la Universidad CEU San Pablo el apoyo de la Iglesia al estallido social del 11 de julio de 2021
La Iglesia en Cuba ha realizado «una labor muy importante» en el último año y medio. Es decir, desde que sumó su voz a los «espacios de expresión» del pueblo, que en las protestas del 11 de julio de 2021 manifestó con fuerza «sus necesidades fundamentales y su necesidad de libertad». El precio de este apoyo que describe David Pantaleón, superior de la Compañía de Jesús en el país, ha sido «una especie de persecución», incluyendo su propia expulsión de la isla.
Pantaleón hizo este diagnóstico en una intervención grabada para la conferencia Cuba, el reto cívico ante el Estado totalitario, que organizaron este martes la Universidad CEU San Pablo, la Fundación Cultural Ángel Herrera Oria y la Fundación Civismo. El sacerdote, de origen dominicano, llegó a la isla hace cinco años para dirigir la labor de las cinco comunidades de la Compañía de Jesús.
En Cuba, los jesuitas se dedican sobre todo a la pastoral y al acompañamiento espiritual y material de la población, por un lado; y a la formación por otro. «Como desde la revolución no pudimos intervenir más en la educación formal, las brechas que tenemos» para participar en este ámbito «son el refuerzo escolar, la formación para emprendimiento, la formación sobre valores, etc.».
Pantaleón fue elegido también presidente de la Conferencia Cubana de Religiosos (CONCUR), que agrupa en torno a 1.000 consagrados. Explica que «la vida religiosa en Cuba ha tenido que irse adaptando a los espacios donde puede prestar sus servicios»: el sacramental, la formación catequética, la asistencia a niños, ancianos y enfermos, o la formación no reglada.
Atención a los presos políticos
Sin embargo, considera que el 13 de julio de 2021 dieron un paso más al pronunciarse públicamente «reconociendo la voz de los que gritaban» en la calle desde dos días antes «como un grito de Dios que nos interpelaba». La víspera, había hecho lo mismo la Conferencia de Obispos Católicos, con «una declaración muy valiente, reconociendo ese grito» social «como válido». También lanzó «un llamado moral a evitar un conflicto violento» y «pidiendo que fueran respetados los derechos» de los manifestantes.
Además, los religiosos empezaron «inmediatamente» a prestar un servicio de «acompañamiento a los encarcelados y sus familiares», con una línea telefónica y equipos de apoyo. Esta atención incluía «informar sobre lo que les pasaba, observar los procesos» y «denunciar las injusticias» y anomalías.
«A los pocos días nos llamaron a la directiva a la Oficina de Asuntos Religiosos para pedirnos explicaciones y llamarnos la atención». Alegaban que «la Iglesia se estaba metiendo en el terreno político», apoyando a «fuerzas contrarrevolucionarias» de fuera del país. La respuesta de los religiosos fue que «acompañar a los presos está en el Evangelio».
Ha sido «un conflicto importante», que terminó con su expulsión del país. No fue, aclaró, de manera violenta. «Simplemente me negaron la renovación de mi residencia temporal». Se lo comunicaron en enero, y finalmente salió del país el 13 de septiembre. «Más que un ataque personal contra mí era una manera de presionar a la vida religiosa» para que desistiera de esa «presencia y reflexión a favor de la libertad de expresión y de los presos y sus derechos».
La tarea «más difícil»
Con todo, asegura que «la vida religiosa y la Iglesia tienen un trabajo muy importante en Cuba». Son «de las pocas instituciones que mantienen una cierta autonomía ante el Estado, que ha ido infiltrando y cooptando» a casi todas las demás. También lo hacen otras confesiones y grupos sociales como los artistas, pero «les ha costado articulares para presentar alternativas para un futuro mejor para el pueblo cubano».
Otro factor a su favor es la «autoridad» que manifiesta en «documentos públicos de peso». Por todo ello, cree que esta institución vive «un momento de madurez que va emergiendo poco a poco y que puede ayudar al futuro de Cuba creando la posibilidad de algo diferente».
En este sentido, reconoce que su tarea «más difícil» es «cómo proponer una Cuba de todos y para todos». Esto «incluye a los que me adversan, a los que me han hecho el mal». Porque «no queremos una Cuba en la que para yo exponer mi verdad tenga que excluir al otro. ¿Cómo hacer ese camino?».