Sudán del Sur, el segundo país más pobre del mundo, sostiene la peor crisis del planeta
La nación ha acogido ya a un millón de personas refugiadas de la guerra en Sudán, que ha provocado una hambruna sin precedentes en el país y miles de personas desplazadas
Renk es una ciudad del norte de Sudán del Sur que se ha convertido en la base de operaciones de las organizaciones internacionales que están atendiendo la crisis humanitaria más grande del planeta. Desde que empezó la guerra en Sudán en abril de 2023, 11,6 millones de personas han tenido que huir de sus casas, de las cuales 3,3 millones se han refugiado en países vecinos como Egipto o Sudán del Sur. De los que se han quedado en el país la mitad (53 %) está en riesgo de hambruna, según un informe del Africa Center for Strategic Studies, y los combates entre el Ejército sudanés y las Fuerzas de Apoyo Rápido ya han dejado más de 150.000 muertes en dos años.
La situación es insostenible para muchas familias, que deciden cruzar hasta otros territorios para salvar su vida. Es el caso de Hamed Attaher (25 años), un estudiante de tecnología de la Universidad de Jartum, capital de Sudán. Attaher hace un año que emprendió su viaje para llegar a Juba, capital de Sudán del Sur, donde le espera su tía. «Hoy siento que estoy en un sitio seguro», explica este joven desde Wanthou, el pueblo fronterizo con Sudán.
A inicios de diciembre de 2024 más de 5.000 personas cruzaron, cada día, la frontera oficial de Joda, en Sudán, hasta el vecino del sur. En la práctica, es una carretera que une ambos países separada por unos palos y neumáticos con una bandera sursudanesa que indica dónde empieza y termina un país. Attaher es joven y aunque se le ve muy cansado, sonríe por sentirse, al fin, en un territorio sin guerra. Luce una camiseta negra con dos palabras: brave (valiente) y freedom (libertad) y el diseño de una mano que hace el símbolo de la victoria en el medio. «¿Llevas puesta esta camiseta por algún motivo?», conversamos con Attaher. «No, la compré en el mercado hace unos días», explica. Pero duda de sí mismo y vuelve a mirar la camiseta, ahora durante unos cuatro segundos concentrados. Levanta la cabeza y sonríe otros cuatro segundos más.
Attaher está apoyado en las ruedas de un camión que lo va a trasladar hasta la ciudad de Renk, a unos 60 kilómetros de Wanthou. Se trata de un servicio de la Organización Mundial para las Migraciones (OIM) para facilitar el trayecto de los refugiados hasta otras ciudades del país o para llevarlos directamente hasta los centros de tránsito donde, en principio, las personas solo pueden pasar unas dos semanas. La mayoría se instala allí, al no tener donde ir.
En diciembre, miles de personas como Attaher cruzaron la frontera en menos de un mes. Según un comunicado de Médicos Sin Fronteras, la cifra superó las 80.000 personas en pocas semanas. Hay que considerar que estas son las personas registradas en la frontera de Joda, pero que muchas han tenido que buscar otros pasos fronterizos no oficiales. La razón es que en diciembre, justo antes de Navidad, el conflicto se intensificó en las regiones del Nilo Blanco, Sennar y el Nilo Azul, todas fronterizas con Sudán del Sur.
A finales de enero, el segundo país más pobre del mundo después de Somalia, Sudán del Sur, había recibido a un millón de personas refugiadas de la guerra en Sudán que ahora viven bajo los árboles, en casas de paja o amontonadas en un centro de tránsito bajo techos de chapa y lona. La ciudad de Renk, que antes de la independencia de Sudán del Sur en 2011 estaba más conectada con Jartum que con Juba, depende del suministro eléctrico de Sudán, que en enero se quedó a oscuras. Encontrar una Coca-Cola fresca es casi imposible y los precios de los alimentos básicos como la fruta se han multiplicado por cinco y son inaccesibles a la población. Sudán del Sur está viviendo las consecuencias de la guerra vecina, como cuando en 2024 Sudán bloqueó el oleoducto del cual depende el 80 % de su economía. Aun así, no ha cerrado sus fronteras.