«¿Sucesor yo de Jaime Garralda? ¡Anda ya!»
El jesuita Juan José Tomillo es el capellán del Centro de Rehabilitación Padre Garralda, buque insignia de la fundación
Antonio y Toño. Usuario y voluntario. El funeral por ambos coincide con el primer aniversario del padre Jaime Garralda. Misa en familia junto a la capilla de la residencia de Las Tablas (Madrid) que construyeron para el sacerdote sus chicos, exreclusos con adicciones en proceso de reinserción.
Desde hace varios años es otro jesuita quien preside estas Misas, Juan José Tomillo, también director del colegio Nuestra Señora del Recuerdo. El encargo de la capellanía le llegó directamente del provincial en España, siguiendo los deseos del carismático Garralda de que no se rompiera el vínculo de la fundación con la Compañía de Jesús. En sus últimos años de enfermedad, él solía asistir a estas Eucaristías como uno más, sin poder concelebrar. «¿Te acuerdas, Juanjo, cuando estaba malito y ya no podía hablar, a veces hasta un poco enfadado, porque no podía dar él la Eucaristía?».
Palabras de Rocío, casi ya de despedida, que aprovecha el momento de las preces para dar las gracias a Dios por Garralda y por los voluntarios de la fundación, a punto ya de terminar su proceso en el Centro de Rehabilitación Padre Garralda, buque insignia de la fundación, donde viven en la actualidad un centenar de usuarios. «Sin vosotros no lo hubiera conseguido», dice. Y pide un aplauso para su madre, que «hoy cumple 83 años».
El dolor por el que han pasado la mayoría de las familias escapa a la imaginación de la mayoría. «Hice daño a muchas personas, perdí muchas cosas», toma la palabra otra usuaria. «Pero entonces se cruzó en mi camino este hombre que nos llamó luchadores, que nos tendió la mano, que nos dio un refugio, que nos dedicó tanto y tanto cuando muchos nos volteaban la espalda. Gracias a todos vosotros, porque estaba en un túnel negro y vosotros fuisteis la luz».
Juan José Tomillo deja que todos se explayen. Y les habla de «un Dios que os quiere y nunca os deja abandonados». Esto es lo que les repetía continuamente Jaime Garralda, a quien conoció «ya nonagenario, pero lleno de entusiasmo».
Ahora él se ha convertido en el sacerdote de referencia en la residencia. «¿Yo sucesor de Garralda? ¡Anda ya!», despeja con una carcajada la pregunta, como considerándola del todo improcedente. «Él era inimitable. Hablaba desde su experiencia de vida tan intensa en la chabola de Palomeras, desde la celda de la cárcel, desde el compartir el sufrimiento de tanta gente…». Y al mismo tiempo, con su «alegría desbordante» y «esa socarronería suya» tan característica. Conseguía generar esa ambiente «muy especial» que «transformaba a las personas y sacaba lo mejor de cada una de ellas», hablándolas «directamente al corazón».
Aquel mismo espíritu se mantiene en las celebraciones de las Tablas. «Para mí es como cargar las pilas», asegura Tomillo. «Cuando la gente viene por primera vez se sorprende, no se lo espera, porque son los últimos de los últimos. Muchos no quieren ni ver a los que están en la cárcel o en la droga».
La situación en España, aparentemente, ha cambiado mucho en las últimas décadas. «El sida hoy no es mortal y no se ve a tantos chicos pinchándose en las calles como antes». Sin embargo, hay mucho de fachada tras este progreso. «Hoy es fácil: se les empastilla, se les da una cama… Y hasta que se mueran», lamenta Juan José Tomillo.
No es lo mismo una terapia ofrecida desde la convicción de que la persona es recuperable que otra que solo busca que no estorbe. Por eso el trato humano de los voluntarios y el personal de la fundación es tan importante como ofrecer a los usuarios una ayuda profesional cualificada.
«Cómo os quería Jaime», resume María Matos, presidenta de honor y cofundadora de la fundación con Garralda. «Cómo os decía que sois los preferidos del padre Dios y os llamaba siempre luchadores, porque eso es lo que sois».
Ellos, un año después de su muerte, se lo siguen creyendo. Y no les falta cada día alguien que se lo repita.