Para comprender la relación de Benedicto XVI con los medios de comunicación hay que remontarse a lo que vivió como joven teólogo. En esos años, Joseph Ratzinger fue testigo del nuevo interés de la prensa internacional por el Concilio Vaticano II y la Iglesia católica y, en la década siguiente, de cómo ese interés se transformó en crítica. Vio el éxito mediático de los que favorecían el aire de la época y los riesgos de instrumentalización. Era, pues, consciente de los límites y prejuicios, pero, al mismo tiempo, de la enorme importancia de la comunicación contemporánea.
Profundo conocedor de la historia y la tradición cristiana en el sentido más dinámico, el cardenal Ratzinger como prefecto del antiguo Santo Oficio inauguró en 1985 una serie de libros de entrevistas con el Informe sobre la fe escrito por el periodista italiano Vittorio Messori. Otros cuatro siguieron con Peter Seewald: dos como cardenal (en 1996 y 2000), un tercero durante su pontificado (en 2010) y el cuarto después de su renuncia (en 2016, anticipación probablemente no autorizada de la notable biografía que el periodista y escritor alemán publicó en 2020), y todos se han convertido en éxitos editoriales en varios idiomas.
Pocos, en cambio, recuerdan la larguísima y eficaz entrevista televisiva con el director de teatro August Everding, transmitida únicamente en alemán por la televisión bávara en 1997, con ocasión de los 70 años del cardenal. Otras entrevistas antes de su pontificado fueron mucho más cortas pero numerosas, lo que confirma la sensibilidad de Ratzinger por esta forma de comunicación, ciertamente diferente, pero no tan alejada de su soltura también como divulgador.
Los años del pontificado y los que siguieron después de la renuncia estuvieron marcados, en cambio, por repetidos incidentes mediáticos. Las razones están en los prejuicios de muchos medios, pero también en los límites evidentes de no pocos colaboradores y de la comunicación vaticana. Como reconoció valientemente Benedicto XVI, asumiendo culpas que no fueron suyas.