«Su fama se extendió»
4º domingo del tiempo ordinario
Tras el episodio de las tentaciones de Jesús en el desierto, la llamada a la conversión y la elección de los primeros discípulos, Jesús comienza su misión pública. A través de diversas escenas y resúmenes, san Marcos va a mostrarnos a lo largo de sus páginas el modo de actuar del Señor, en el que sus gestos y palabras estarán intrínsecamente unidos, como nos recuerda el Concilio Vaticano II al explicar el modo mediante el cual Dios se nos ha revelado. La tónica dominante de esta primera sección del Evangelio será la extraordinaria acogida que tendrán las acciones y enseñanzas de Jesús.
Para el israelita de tiempos de Jesús, la figura de mayor ascendencia doctrinalmente hablando era, sin duda, Moisés. Varias veces aparece confirmado en la Escritura. No solo se trataba del instrumento utilizado por Dios para liberar al pueblo del poder del faraón, sino que también fue quien transmitió a los judíos los mandamientos promulgados por el mismo Dios. Hablar de la ley implicaba automáticamente pensar en Moisés. Así pues, este guía del pueblo reunía unas condiciones que lo hicieron digno de ser considerado como el profeta por antonomasia. Como nos recuerda la primera lectura de la Misa de este domingo, Dios mismo avivó la esperanza de que en un futuro les enviaría un profeta semejante a Moisés. Es cierto que durante siglos, Israel tuvo numerosos profetas, que desempeñaron la función de reprender al pueblo por tantas injusticias sociales o idolatrías en las que no pocas veces caían los israelitas. Pero como deja traslucir la Escritura, por una parte, se vivía bajo la amenaza de los falsos profetas, que podían engañar a la gente y, por otro lado, nadie gozó ya de la misma consideración que Moisés.
Un novedoso modo de instruir
Estos datos nos sirven para comprender la insistencia de este pasaje en la enseñanza de Jesús. Hasta cuatro veces en pocos versículos se recuerda la autoridad del Señor, destacando, además, tanto la novedad de este modo de instruir a sus oyentes como el asombro que provocaba en quienes lo escuchaban. Hasta entonces, la tarea de exponer las verdades de la fe estaba encomendada a los escribas, quienes apoyándose en la doctrina de Moisés, de los profetas y de escribas anteriores, transmitían una serie de conocimientos útiles para cumplir la voluntad de Dios. Sin embargo, con Jesús irrumpe la novedad absoluta. De hecho, una de las características dominantes en el Nuevo Testamento será la asociación de Jesucristo con lo último, lo nuevo, lo definitivo, lo inaudito. Si sorprendente e inimaginable fue el modo de Dios de llevar a su plenitud la revelación, a través de la encarnación de su único Hijo, confundiendo, en un primer momento, incluso a la que iba a ser su madre, admirables serán también las acciones y palabras que llevará a cabo a lo largo de su vida, y más asombroso aún será el modo en el que el Señor culminará su salvación, con su muerte y resurrección.
Otra de las notas que destacan en este pasaje inicial del ministerio de Jesús es que, junto con la autoridad que manifiesta a la hora de enseñar, Jesús ejerce un poder absoluto frente al mal. Se trata de la realización práctica de lo que quedó patente tras la victoria del Señor frente al tentador en el desierto y que se confirmará definitivamente con el triunfo definitivo de Cristo sobre la muerte. Mientras tanto, el Señor quiere hacernos partícipes de su obra de salvación liberándonos de cualquier mal, físico o espiritual, que aqueja al hombre. Y desde el primer momento se nos aclara que la peor de las aflicciones que se puede sufrir es la influencia del maligno, ya sea por un caso extremo como el que relata Marcos, ya sea por vivir adherido a lo que nos separa de Dios. En cualquier caso, la presencia y autoridad de Jesús evidencian que su poder es más fuerte que el mal y que sus acciones tienen como finalidad última llevar a cabo cuanto expresan sus enseñanzas.
En la ciudad de Cafarnaún, el sábado entró Jesús en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar: «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». Jesús lo increpó: «¡Cállate y sal de él!». El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen». Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.