La correspondencia con la búsqueda del hombre - Alfa y Omega

La correspondencia con la búsqueda del hombre

2º domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
‘Ecce Agnus Dei’. Vidriera de la catedral de Chartres (Francia). Foto: Lawrence OP

Finalizado el período navideño, la liturgia no nos introduce en el tiempo ordinario de modo abrupto. La temática de las lecturas de este domingo trata todos los años de ser un puente entre la Epifanía, como manifestación del Señor, y la narración de misión que llevará a cabo Jesús. Prueba de ello es el comienzo del Evangelio de este domingo. Con escuchar de nuevo que se trata de un pasaje de san Juan, evangelista habitual en Navidad, y constatar que aparece Juan Bautista dando testimonio de la identidad de Jesús, comprobamos que todo cuanto ha sido anunciado por este profeta y presentado por Juan evangelista en los versículos anteriores a estos, se lleva a cabo en personas concretas. Es decir, las ideas de carácter más abstracto del comienzo del Evangelio según san Juan, acerca de la naturaleza del Verbo, el testimonio, la luz o la vida, van a ir tomando cuerpo en ejemplos precisos que ahora se nos muestran.

Una de las representaciones más características de Juan Bautista es encontrarlo señalando con el índice. Con frecuencia, además, esta figura viene acompañada de un Cordero, hacia el cual el Bautista dirige su dedo, o bien de una inscripción con la frase «Ecce Agnus Dei», que significa «este es el Cordero de Dios». Se trata, quizá, de la faceta más interesante del precursor, que unida a su imagen bautizando junto al Jordán y la bandeja con su cabeza, completa la visión sobre un santo particularmente cercano a la primera andadura de la misión del Señor.

Cuando escuchamos que «los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús», entendemos que el testimonio de alguien constituye el primer elemento en el proceso vocacional de Andrés y de otro discípulo cuyo nombre no se nos revela aquí. Será ahora Andrés el que continúe la cadena de testigos y lleve a su hermano Simón hacia Jesús. Nos situamos ante un episodio sencillo, en el que, sin embargo, descubrimos cómo se articula cualquier proceso de fe y de seguimiento a Cristo.

En primer lugar, es necesaria la presencia de testigos fiables. Pedro no habría conocido al Señor de no ser porque confió en su hermano Andrés, quien, a su vez, tenía como referente a Juan Bautista. En segundo lugar, la elección del Señor para una misión determinada no nace de la nada, sino que corresponde con los anhelos del corazón del hombre que es llamado. Así queda patente cuando Jesús, al comprobar que lo seguían, se vuelve y les pregunta: «¿Qué buscáis?». Con este dato, la narración pretende destacar el anhelo de un sentido a sus vidas, tras el cual andaban aquellos con los que se encuentra el Señor. En tercer lugar, más allá del testimonio y de la correspondencia a un deseo verdadero y profundo del corazón del hombre, el discípulo ha de realizar un proceso de verificación, que en el caso del Evangelio de este domingo se presenta claramente como una compañía.

La hora exacta del encuentro

La pregunta: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?» y la respuesta «veníd y veréis» plantean el inicio de esta dinámica de comprobación que pide necesariamente, no solo un encuentro inicial, propiciado por distintos agentes, sino también un conocimiento que solo es posible cuando se comparte una vida con alguien, tal y como se deduce de la puntualización «vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día». Únicamente gracias al impacto inicial del encuentro con el Mesías y a la progresiva constatación de que lo que habían visto y oído concordaba con un deseo interior, Andrés y Pedro fueron contados a partir de entonces entre los Doce. Incluso el recuerdo de este momento quedó fuertemente arraigado en su mente, hasta tal punto que, años después, cuando Juan redacta el Evangelio, hace notar la hora exacta en la que los dos discípulos se encontraron con el Señor. De no haber causado este suceso un gran impacto en sus vidas, difícilmente el evangelista habría reflejado una circunstancia meramente temporal en el conjunto de un libro que no busca ser una crónica periodística, sino la Palabra que el Señor nos sigue dirigiendo, una y otra vez, al ser proclamada.

2º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Juan 1, 35-42

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «Qué buscáis?». Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?». Él les dijo: «Venid y veréis». Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día; era como la hora décima.

Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)». Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)».