Me he traído muchos deberes esperados de mi reciente peregrinación a Tierra Santa, pero no contaba con el encargo añadido de ponerme a ver (y a devorar) otra serie sobre judíos. Después del fenómeno Unorthodox, le confesé mi pereza a los que me la recomendaron. Hice bien en hacerles caso. Nada que ver, a Dios gracias. Shtisel abandona el lado oscuro y entierra el adoctrinamiento y la ideología para narrar, con mucho talento, la historia de cuatro generaciones de una familia jaredí (la corriente más ortodoxa y tradicionalista del judaísmo), para componer tres temporadas espléndidas sobre asuntos tan esenciales como Dios y el hombre, el hombre y la ley, el amor y la pérdida, la nostalgia o la gastronomía. ¡Ay, las cosas del comer! A mí la serie me ha empezado ganando por el estómago, desde la primera escena en la que una madre muerta se le aparece a su hijo, en sueños, cocinando un kugel, una especie de budín que los judíos preparan con sobras de otros platos.
La serie se estrenó en 2013 en Israel, pero fue en 2018, con su llegada a Netflix, cuando su suerte cambió y pasó a formar parte de las conversaciones de medio mundo.
Shtisel tiene la osadía de estar realizada en versión original (mayoritariamente en hebreo) y hay que gozarla con subtítulos, así que tomen lo de medio mundo con cautela y absténgase los que vayan buscando un Juego de Tronos o incluso un Unorthodox 2, y eso que con esta última comparte actriz (Shira Hass). Quizás les cueste cogerle el ritmo, pero denle una oportunidad, porque en Shtisel hay historias de las buenas, que se cuentan, en términos generales, sin simplificaciones, y que logran dar con la tecla de las cuestiones universales, cuando la gran protagonista es, paradójicamente, una comunidad muy particular y el gran sentido de pertenencia a ella, a pesar de todos los pesares que la ponen a prueba.
Por si no pueden venirse a Jerusalén, háganse al menos este viaje al corazón del barrio ultraortodoxo. Saldrán distintos a como entraron en él.