«Soy sacerdote y me he convertido al Papa» - Alfa y Omega

Bergoglio me entró mal desde el principio. Ya fue muy raro que se presentara ante el mundo en la plaza de San Pedro simplemente como el obispo de Roma y que pidiera que le dieran a él la bendición. El entusiasmo que suscitó durante los meses siguientes en todo el planeta me dejó perplejo, sobre todo porque estábamos acostumbrados a que los medios dieran un zasca tras otro al sucesor de Pedro desde Pablo VI. Ahora sucedía al revés: eran los medios laicistas y los sectores de Iglesia tradicionalmente más contestatarios en doctrina y en moral los que estaban entusiasmados.

Sus declaraciones empezaron a estropearlo todo: la mención a las familias numerosas como «conejos» o su «¿quién soy yo para juzgar?» a los homosexuales no ayudaban. Personalmente, cualquier declaración suya la interpretaba mal, porque no estaba habituado a tan poco interés por la precisión en sus expresiones. No solo era ya el tono de sus palabras, también el contenido de lo que decía era polémico, y no resultaba difícil adscribirlo a una tendencia política y social de izquierdas. Con el tiempo, me he dado cuenta de que muchas categorías sociales asumidas por la izquierda son, en realidad, parte de la propuesta católica, algo que simplemente Francisco nos vino a recordar.

Y luego estaba el otro Francisco, el de las homilías en Santa Marta, que eran de una profundidad espiritual inaudita: ¿Francisco era bueno como cura, pero malo como Papa? Poco a poco, el mundo lo fue aplaudiendo más y más, mientras los católicos de toda la vida no sabíamos a qué atenernos. Costaba incluso rezar por el Papa cada día en cada Misa cuando uno pasaba de la perplejidad a la indignación.

Hoy, diez años después de haber subido a la sede de Pedro, creo que el interés principal de este Papa es acercar a Cristo a los que no le conocen y ofrecer a la Iglesia como abrigo a quienes les resulta indiferente o incluso hostil. Creo que está mostrando un rostro de Dios que no conocíamos incluso a aquellos que nos lo sabemos de toda la vida. Creo que este Papa está rompiendo la frontera entre el «ellos» y el «nosotros»: somos todos unos pobres necesitados de Dios.

Es obvio que hay todavía —y me temo que siempre las habrá— cuestiones de fondo y forma a la hora de llevar la Iglesia con las que no estaré de acuerdo. Pero me pregunto: ¿Hacia dónde me quiere llevar? O mejor: ¿Hacia quiénes me / nos quiere llevar? Es curioso, pero el llamado «Papa de las periferias» es para mí hoy el «Papa del corazón» del cristianismo, porque pone en primer lugar a la persona antes que cualquier otra cosa, igual que hace Dios.

Sí, soy un convertido al Papa Francisco y salgo del armario. Cuando me pongo sus gafas veo la vida y la Iglesia con un foco más amplio. Espero que nadie tome mis palabras como un triunfo de algunos sobre otros, porque no habrán entendido nada y eso significaría que se ponen al otro lado del espejo en el que yo me miraba antes: el de «nosotros» contra «ellos». No es así, todos nos sentamos en el mismo banco de la iglesia: el de los pecadores necesitados de Dios, de su amor y su perdón.

Cuando hablo sobre el Pontífice con amigos, hay algunos que dicen: «Sí, todo eso de llegar las periferias y a los alejados está muy bien, pero ¿a quién ha convertido realmente el Papa Francisco?». Y yo, contestando con toda sinceridad y sin dejar de ser un católico de catecismo y Misa diaria, no puedo nada más que decir: «A mí».