Sorolla también pintó a Cristo
El Museo Sorolla de Madrid acoge hasta enero una muestra de la obra de temática religiosa del pintor valenciano, una faceta desconocida e inédita que cultivó especialmente durante los primeros años de su carrera
La única vez hasta ahora que se me habían saltado las lágrimas en un museo fue hace años, ante una Piedad de Van Gogh expuesta en el museo que Ámsterdam dedica al atormentado pintor. Él mismo era Cristo en brazos de la Madre. Murió poco tiempo después de pintarla. La segunda vez fue hace unos días, cuando tras subir las escaleras de la casa-museo de Sorolla en Madrid, el impacto de una inmensa obra de siete metros me atrapó desde que crucé el quicio de la puerta. No es la obra original, sino una composición de la gran apuesta del joven valenciano que, atormentado por las críticas desfavorables en la Exposición Nacional de 1887, abandonó en su taller. De este Entierro de Cristo solo se conservan hoy tres fragmentos, que el comisario Luis Alberto Pérez Velarde ha propuesto colocar superpuestos sobre un boceto del cuadro original.
Este paisaje descomunal que tanto tormento trajo al pintor da nombre a la exposición –Tormento y devoción– que, hasta el 9 de enero, mostrará la faceta religiosa de Sorolla, desconocida y diluida entre las escenas mediterráneas y luminosas a las que nos tiene acostumbrados. El entierro, en cambio, es oscuro, aunque muestra un atisbo de luz. Es de noche a las afueras de Jerusalén y un grupo de cristianos se dispone a enterrar al Maestro, cubierto con sudario blanco y trasladado en una parihuela. En el lateral derecho, María y el discípulo amado, Juan, observan cabizbajos la escena. Le llevó mucho tiempo pintar este cuadro, realizado durante su estancia en Roma. Prueba de ello son los numerosos estudios de la obra que conserva el Museo Sorolla en su colección permanente, algunos incluso en cuadernos de dibujos que se exponen para la ocasión. También el visitante podrá admirar una carta manuscrita dirigida a su cuñado, en la que Sorolla se muestra a sí mismo en una viñeta con semblante triste y decepcionado ante la reacción negativa de varios personajes que contemplan su cuadro. «Ha dado lugar a muchos comentarios la injusticia con que el jurado ha procedido en la clasificación de esta obra […]. Con asombro de todo el mundo, no ha obtenido ningún premio», escribiría Benito Pérez Galdós. Según explica Pérez Velarde, los críticos «le reprocharon el hecho de mostrar más empeño en captar la luz del momento, el amanecer, que en descubrir el propio tema del entierro de Jesús».
Decepcionado, Sorolla se trasladó a Asís, y fue allí donde se propuso encontrar una nueva senda, la que le condujo hacia la luz. Durante esta etapa pintó, ya acercándose a sus notas de color características, numerosas composiciones religiosas. Una de ellas fue la enigmática Santa Clotilde, con una estética próxima al prerrafaelismo y cierta cercanía a los postulados de Klimt. De vuelta en España, Sorolla creó tranquilas estampas de la vida valenciana que reflejaban algún asunto religioso. Por ejemplo, en La bendición de la barca, de 1895, obra llegada a Madrid desde el Museo de Bellas Artes de Asturias, ya comienza a introducir el mundo del mar que tanto le caracterizó. En esta obra, de encuadre llamativamente fotográfico, destaca un detalle pionero: uno de los marinos del barco que bendice el eclesiástico rompe la cuarta pared y mira desafiante y burlón al espectador.
Entre monaguillos, Misas y santos, que tanto pintó Sorolla, destaca una Primera Comunión en la que la nieta va buscando la bendición del abuelo, pieza llegada para la exposición desde un museo de Udine, en Italia. Este cuadro, titulado El día feliz, una niña ataviada de blanco besa la mano de su abuelo, un viejo pescador, mientras el resto de la familia contempla el momento con emoción. «La luz se cuela entre las tablas mal ajustadas de la choza con un dominio que Sorolla desarrollará aún más en años futuros», sostiene el comisario.
Un san Dimas espectacular en escorzo; la delicadeza de la Virgen inspirada en la pintura del italiano Domenico Morelli; la Monja en oración con la que obtuvo la primera medalla de oro –menos mal– en la Exposición Regional de Valencia de 1883, o el monaguillo encaramado al muro que observa, entre aburrido y deseoso, el juego de la gallina ciega de los vecinos, al más puro estilo goyesco, son otras de las joyas inéditas de este gran pintor, cuya faceta religiosa, aunque desconocida, fue prolífica.