Minotauro sigue celebrando el Año Bradbury con la edición del 100 Aniversario de otra de las obras del autor en su centenario: Fahrenheit 451. Se trata de su libro más popular, llevado al cine en 1966 por Françoise Truffaut, que alude en el título a la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde. Nos conduce al otoño de un futuro distópico (representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana), triste marco de hojas secas para el encuentro a medianoche del protagonista, Guy Montag, con una inteligente adolescente, Clarisse McClellan, que le hará empezar a cuestionarse su modo de vida, exento de auténtica felicidad. Él pertenece al servicio de los bomberos en este mundo de pesadilla bradburiana, en el que esa profesión no se corresponde con la noble tarea de apagar fuegos sino con la abyecta de provocarlos para quemar con ellos los libros de las casas, pertenecientes a individuos rebeldes que no asumen las leyes que los prohíben y se atreven a conservarlos en la clandestinidad. Es decir, en esta aterradora historia clásica de ciencia ficción (con muchos y variados apuntes visionarios), los bomberos son censores oficiales, jueces y ejecutores. Les acompaña en la misión el Sabueso Mecánico del Departamento de Incendios, preparado para rastrear a los disidentes que aún leen y armado con una letal inyección hipodérmica.
Es así como la población del relato está sometida a un férreo control estatal que, para evitar la insubordinación, mantiene a los individuos hiperestimulados artificialmente a través de los sentidos, en constante acción, aparente diversión, incesante placer y emociones, pero siempre aislados entre sí e incapacitados para establecer vínculos de afecto por estar narcotizados con pastillas o atolondrados ante pantallas de televisión que ocupan paredes completas en los hogares y ofrecen folletines interactivos cuyos personajes suplantan explícitamente a las familias. Por supuesto, materias como la filosofía están fuera del sistema educativo, y, en contrapartida, los teleprofes aturullan a respuestas y nadie se hace preguntas. Todo está orquestado para que nadie piense, con la excusa de así evitar la melancolía, el sufrimiento y la discordia… ¡y adelante con los clubes, las fiestas, los acróbatas, los prestidigitadores, los coches de reacción, las motocicletas, los helicópteros, el sexo y las drogas! Frente a esta civilización occidental esclavizada quedan pocos libres, al menos mentalmente, como la joven Clarisse, cuya exquisita sensibilidad contemplativa, tan cercana a lo poético, la delata: desde el primer momento sabemos que es uno de los irritantes bichos raros que el sistema opresivo se esfuerza en eliminar porque lo desestabiliza, y, de hecho, será asesinada a sangre fría, sin miramientos. Pero antes le habrá dado tiempo a dejar su valioso legado, su pequeño ejemplo de vida que es, sin embargo, un grandísimo revulsivo en la de Montag, quien comenzará su proceso de rehumanización tras conocerla, sin posibilidad de vuelta atrás. Ella le devolverá para siempre la risa de verdad: el retorno a lo más auténtico de sí mismo. Del final de la historia, tan hermanada con Un mundo feliz de Aldous Huxley, es reconfortante quedarnos con la idea de que cada uno de nosotros lleva una biblioteca en su interior; y bastante significativo que la custodia de la memoria del Libro del Eclesiastés para la humanidad (posiblemente, también un poco del Apocalipsis) quede a cargo de Montag.
Para el prologuista, Neil Gaiman, la advertencia del libro versa esencialmente sobre «el hecho de que los humanos empiezan por quemar libros y acaban por quemar a otros seres humanos».
Ray Bradbury
Minotauro
2020
304
24,95 €