Soltar nuestras razones - Alfa y Omega

Soltar nuestras razones

5º Domingo de Cuaresma / Juan 8, 1-11

Lidia Troya
'Cristo y la adúltera'. Rocco Marconi. Galería de la Academia de Venecia (Italia).
Cristo y la adúltera. Rocco Marconi. Galería de la Academia de Venecia (Italia). Foto: Archaeodontosaurus.

Evangelio: Juan 8, 1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. 

Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

Comentario

Estamos cargados de razón, como los escribas y los fariseos con sus piedras. A menudo, pensamos que sabemos cómo tiene que ser el otro y cómo ha de comportarse. Aunque nos declaremos personas —cristianas— pacíficas, es fácil hacer daño con nuestros juicios condenatorios y apropiaciones de lo bueno y lo malo, lo puro y lo impuro, etc. Esto es así porque inconscientemente hemos asumido unos discursos, también religiosos, sobre el otro y sobre uno mismo; sobre lo que tiene que ser la vida o la vivencia del amor y la sexualidad, cargados de visiones reduccionistas o generalizaciones precipitadas, que generan (auto)violencia. ¿Somos conscientes de los prejuicios y puntos ciegos que tenemos hacia aquellas realidades o personas que, como la mujer adúltera, quedan fuera de la norma y de lo que hemos establecido como adecuado?

En este relato liberador, Jesús silencia el griterío que acusa, enseñándonos que las personas siempre están por encima de las leyes. Lejos de repartir carnés de pureza, la buena noticia tiene que ver con caminar hacia un yo expandido y un mundo donde haya más ternura y bondad. El Maestro nos invita a conectarnos más con la tierra, no tanto con la mente, a mirarnos más dentro y a tomarnos un tiempo para responder, antes de condenar. Por tanto, la imagen de un dios juez severo, obsesionado con el pecado y con la culpa, que puede que nos acompañe en nuestro imaginario, es una atribución de lo divino falseada y de la que hemos de liberarnos, para evitar el riesgo de convertir a Dios en una proyección ideológica que legitime la superioridad moral y la exclusión de la comunidad.

Las piedras no solo golpean, sino que también (nos) pesan. A veces, somos nosotros mismos los que nos imponemos las propias cargas y sentencias, cual fariseos. La culpa se nos queda pegada y las consecuencias físicas, psicológicas y emocionales pueden resultar devastadoras. Convertirnos en nuestro peor juez es como vivir apedreándonos cada día. ¿Reconocemos la dureza que nos habita y con la que, a veces, nos tratamos?

Mujer, no hay nadie que te condene… «Anda y no peques más». Ojalá que demos más importancia al Evangelio que a nuestras ideas y razones, también sobre Dios, para que un nuevo principio siempre pueda acontecer.