Memento mori. «En todas tus acciones ten presente tu fin» (Eclo 7, 36). Los antiguos sabían que la muerte truncaría toda tentativa de plenitud terrena, que partiría su vida en dos en el momento menos pensado: «Antes de la muerte no felicites a nadie, porque solo en su final se conoce al hombre» (Eclo 11, 28). El hombre es mortal. La muerte es la que conforma la vida del hombre, y no ninguna de sus acciones libres. «Terminar no es alcanzar la plenitud», dirá Heidegger, con lo que «al nacer todo hombre está listo para morir». «No pretendas la vida inmortal, alma mía –susurrará Píndaro en su interior–, y esfuérzate en realizar todas tus posibilidades». El hombre está condenado a ser un «completo incompleto», por decirlo en términos de Pau Donés. De ese modo, la angustia de la muerte hace trágica la vida del hombre y la desesperación domina: «Comamos y bebamos, que mañana moriremos».
Sin embargo, «yo preferiría decir que [la vida] procede del día de ayer, pero nace en el día de mañana. El verdadero ser del hombre estriba en la esperanza y solo proyectiva o esperanzadamente puede la vida verificarse». Esto lo escribe Luis Rosales en su Teoría de la libertad, que la editorial novicia Frontera reeditó el pasado 2021 con una introducción de Ricardo Calleja. Es importante subrayar que no son ni el miedo a la muerte, ni la seguridad prepotente de una supuesta inmortalidad las que caracterizan la plenitud humana, sino la esperanza: «La unidad de la vida no se origina sino en la sucesión realizadora de una misma esperanza. Por consiguiente, puede afirmarse que toda vida auténtica se verifica siempre desde el futuro. Aún el recuerdo de ayer se funda en la esperanza de mañana. Nadie puede borrar su pasado, pero puede asumirlo en un nuevo presente que cambie su sentido […]. La historia siempre es futura».
Que la esperanza funde la vida significa que la vida del hombre cobra sentido en un porvenir que no está contenido en sus propias posibilidades de futuro. La vida está a la expectativa de Otro que está por venir: «Expectare tendrá de ser ex alio spectare, considerar lo que nos viene de otro, aspirar a algo, contando con otro». Por eso el granadino no dejará de repetir con san Pablo que «nuestra suficiencia viene de Dios» (2Cor 3, 5): «Cuando se llega a esta actitud vital, aunque no lo sepamos, estamos ante Dios, o mejor dicho: Dios es nuestro horizonte». Así, «la elección de sí mismo no estriba en un saber, sino en un acto de fe». Con ello va más allá del «proyecto vital» orteguiano, «sin traicionarlo», porque incluye el proyecto de Otro que conforma la vida como «vocación»: «La fe supone una llamada que es la llamada de la vocación. La vocación convoca y llama al hombre, […]. Es preciso conocer su lenguaje y haber estado en vela, noches y noches, ante la puerta de nuestro corazón, para poder oír. Pero nadie está en vela».
Solo vela el enamorado, y por eso solo él lleva una vida plena: «El amor, y únicamente el amor, articula entre sí todas nuestras acciones y nos hace vivir nuestra existencia entera en cada instante que vivimos». Porque el «el presente del amor es el siempre», por lo que el amor pone ante nosotros nuestra vida entera, anticipando el porvenir; es decir, nos permite determinarnos, «no atendiendo al ahora, no atendiendo al instante en que la tomo, sino atendiendo al presente vital, es decir, atendiendo al presente de toda nuestra vida». En definitiva, el amor nos pone ante nosotros al amado, porque amar «significa incluir en la propia vida», haciendo presente y posible aquí y ahora la esperanza que configura toda la vida: «El enamorado está viviendo a todas horas la suficiencia de su vida».
Luis Rosales
Frontera
2021
202
15 €