Sale el sol por la mañana, se asoma vergonzoso entre los tejados de la ciudad, como llamando a la puerta, despertando las calles con olor a pan caliente y a café. Los primeros cantos de los pájaros, el suave aroma de algunas flores, algún corredor furtivo. Y vio Dios que era bueno.
Llegan muchos al trabajo: rostros cansados, auriculares en los oídos, piel rozándose la piel. Alguien lee en un banco y los niños juguetean camino del colegio. El barrendero rasca la espalda al cemento y algún coche toca la bocina impaciente y disruptivo. Ciertas miradas se cruzan y los más valientes regalan una sonrisa. Y vio Dios que era bueno.
Hay reuniones de trabajo; los albañiles golpean en la pared como un latido acompasado, sórdido, pesado. Se oyen gritos del recreo y una música que te invita a llevar el ritmo. La gente mira su teléfono móvil como en un ritual ausente y coral. Alguien corre para alcanzar el autobús que casi se le escapa; el conductor espera, sonríen y se saludan. Y vio Dios que era bueno.
La hora de comer se vuelve tiempo muerto. Respiración y alimento. El olor de la cocina y un vaso de vino derramado. La acción de gracias por lo que hay, por lo que no hay, por los que no alcanzan. Algunos se estiran para la sobremesa y se habla el lenguaje del mediodía. Y vio Dios que era bueno.
El atardecer es un regalo. Muchos siguen en sus tareas desbrozando la vida, tejiendo entre sus dedos. Los más afortunados contemplan un cielo lleno de colores y que silabea las primeras estrellas. Volver al atardecer es volver al agradecimiento, a la inmensidad, a la transcendencia. Y vio Dios que era bueno.
De nuevo la noche. Algunos sueñan despiertos otros sueñan dormidos. La noche es tiempo de dolor y de evasión; tiempo de descanso y de fuego; tiempo de pasión y de ternura; tiempo de vela y de silencio. La noche, tiempo de salvación. Y vio Dios que era bueno.
Primavera de luz y de vida. Naturaleza que revienta, imparable e incansable. Estallido generoso de amor derramado y de resurrección. Más allá del sufrimiento, del odio, del mal, de las miserias, bendecidos en una sinfonía de primavera. Y vio Dios que todo era muy bueno.