Sin lugar digno para el reposo eterno
Los restos de diez inmigrantes fallecidos durante el naufragio de octubre de 2013 en Lampedusa han sido exhumados de un cementerio de Sicilia sin avisar a las familias para trasladarlos a una fosa común
Los cadáveres de los inmigrantes fallecidos se acumulaban, unos al lado de otros, en bolsas de plástico amontonadas en el aeropuerto de Lampedusa, convertido en morgue. «Muerto número 67; mujer; probablemente 20 años. Muerto número 68; hombre; probablemente 4 años…». Así hasta un total de 368. Aquel 3 de octubre de 2013 la barcaza en la que viajaban se incendió y se hundió a solo media milla de la isla italiana que cada poco tiempo protagoniza una tragedia. El cuerpo de la joven eritrea Selam Kidane quedó encallado en el casco, sumergido a unos 50 metros de profundidad. Los equipos de rescate lograron sacar a esta joven de sonrisa luminosa cuyo nombre conocemos porque su hermano viajaba con ella. Con la culpa en la conciencia, el Gobierno de Italia decidió que los muertos podían quedarse. Los cuerpos sin vida llevaban varios días en el hangar del aeropuerto y la descomposición era inminente. A cada uno, muchos todavía sin nombre ni pasado, le asignaron un ataúd, un nicho, y una placa en varios cementerios de la isla de Sicilia. Y hasta celebraron un funeral de Estado. Fue diez días después del naufragio en Agrigento, a 200 kilómetros de Lampedusa. No había ataúdes y no estaban los familiares. En primera línea eso sí, se sentó el embajador eritreo, Zemede Tekle.
Selam era una joven llena de sueños. Le gustaba tocar la guitarra y cantar. Huyó de Eritrea, uno de los países más pobres y represivos del mundo, para poder reunirse con su familia, que ya se había asentado en Europa. Pero acabó ahogándose como tantos otros en el mar Mediterráneo. Sus dos hermanas, que han conseguido echar raíces en Suiza, viajan cada 3 de octubre al cementerio siciliano de la localidad de Sciacca, donde está enterrada, para rezar ante su tumba. La pandemia impidió que lo hicieran en 2020 y este año se llevaron un disgusto espantoso al descubrir que otra persona había ocupado el nicho. «No les habían avisado. Ni a ellas ni a nadie. De repente constataron que su hermana ya no estaba allí. La habían exhumado para sepultarla bajo un túmulo de tierra», denuncia el sacerdote eritreo Mussie Zerai, que desde hace años constituye una referencia para los miles de africanos que cada año llegan a Italia. «Las hermanas de Selam afrontan cada año este sacrificio, este peregrinaje del dolor, para visitar la tumba de su hermana. Cuando vieron que no estaba sintieron un inmenso vacío», agrega. Esta barbarie no es un caso aislado.
Zerai ha podido certificar que otros nueve inmigrantes –algunos sin identificar– han sido exhumados y sepultados junto al cuerpo de Selam como si de una gran fosa común se tratase. Por eso ha escrito una carta al primer ministro de Italia, Mario Draghi, en la que le comunica que los familiares de las víctimas se sienten engañados: «Es indigno y muy poco respetuoso que se hayan trasladado los cuerpos sin la delicadeza de avisar a los familiares». «Es un ultraje. Moralmente es como si se quisiera dar carpetazo a esta terrible historia y silenciar el testimonio que representan sus tumbas», zanja en conversación con Alfa y Omega. Zerai –el altavoz de las familias de las víctimas– está moviendo cielo y tierra para comprobar si esto ha sucedido en otros cementerios de Sicilia por los que se han diseminado los ataúdes. «Las lápidas, aunque no tengan nombre, hacen imposible el olvido», agrega.
Mientras, a las costas italianas siguen llegando oleadas de inmigrantes. Y, también, mientras se celebra el juicio contra el exministro del Interior y líder de la Liga, Matteo Salvini, por impedir durante 19 días, en agosto de 2019, el desembarco de un centenar de migrantes rescatados por la ONG española Open Arms.