Esta semana el cardenal Osoro creó una peculiar comisión para promover la comunión diocesana. Todos los grupos en la Iglesia son estructuras de comunión, y en todos los encuentros y actividades de la Iglesia se pone en juego el don de la unidad que otorga el Espíritu Santo y la libertad de los cristianos, llamados a vivir la espiritualidad de comunión, esa que san Juan Pablo II definía en Novo millennio ineunte como «capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como uno que me pertenece, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad».
El cardenal Osoro explicó a los diez miembros por él elegidos para formar un espacio de promoción de la comunión diocesana que la única manera de actuar en la Iglesia la gran reforma del Concilio Vaticano II es desde una fuerte comunión eclesial, que es todo lo contrario a la uniformidad, y que la principal condición para crecer en comunión es la humildad. De hecho, continuaba san Juan Pablo II su explicación diciendo que «espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un don para mí, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente». La comunión, decía también el arzobispo de Madrid, no es una estrategia para la evangelización, pero es evidente que sin comunión no hay misión, como sin misión no hay comunión. Es la premisa de toda premisa, pues en ella nos jugamos la presencia del Señor prometida: donde dos o tres estén reunidos (unidos) en mi nombre…
En una diócesis puede haber magníficas iniciativas evangelizadoras, impresionantes testimonios, ejemplos asombrosos de generosidad y entrega. Si son solo individuales (contagiados por el sentido de autosuficiencia de la cultura dominante) o si están deslustrados por signos de desunión (prejuicios y juicios, rumores y chismes, sospechas y rechazos…) todos esos aparentes frutos estarán contaminados por la mentira, porque en ellos no esta la huella de Dios, misterio de comunión. Ya decía san Agustín que «aunque todos se persignaran, respondiendo amén y cantaran el aleluya; aunque todos recibieran el Bautismo y entraran en las iglesias; aunque hicieran construir los muros de las basílicas…, lo único que diferencia a los hijos de Dios de los de Satanás es la caridad», el amor mutuo, la comunión.