Silencio para comunicar la verdad
La primera tarea que debe realizar un buen comunicador es, paradójicamente, guardar silencio. Escribe don José Gabriel Vera, director del secretariado de la comisión episcopal de Medios de Comunicación Social, que participó, el sábado pasado, en el XI Encuentro de Comunicadores Sociales de la archidiócesis de Madrid
Desde que, en 1967, Pablo VI convocara la primera Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, cada año la solemnidad de la Ascensión renueva la reflexión de la Iglesia sobre este aspecto de la pastoral de las comunicaciones desde ángulos distintos. La archidiócesis de Madrid recoge esta invitación celebrando, cada año, su Jornada diocesana de Comunicadores Sociales, que tuvo lugar el pasado sábado, en su undécima edición.
Benedicto XVI ha puesto de manifiesto, en mensajes anteriores, la profundidad de su magisterio sobre aspectos de comunicación que podrían parecer lejanos a su ámbito de interés. En su mensaje de este año, Silencio y Palabra, camino de evangelización, combina, una vez más, profundidad y claridad para hacer llegar a quienes navegan por los amplios mares de la comunicación una palabra de aprecio y de interés sincero por el impagable servicio a la verdad que prestan.
Han sido muchos quienes han manifestado su sorpresa por un mensaje que hace protagonista de la comunicación al silencio, su aparente opuesto. Sin embargo, como bien razona el Papa, el silencio tiene tres dimensiones que posibilitan la verdadera comunicación. En primer lugar, el silencio es el elemento previo indispensable para hacer de la comunicación un encuentro profundo y una fecunda transmisión de ideas, pensamientos y reflexiones. Sin el silencio, la comunicación puede llenarse de superficialidad y faltar a su esencia, consistente en hacer común la verdad. «En el silencio —dice el Papa— escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir». Es verdad que quien calla antes de hablar suele resultar más interesante y estimulante.
Al mismo tiempo, el silencio es preciso para discernir, en un mundo hipercomunicado, el trigo de la paja. La socialización de la comunicación, favorecida por las nuevas tecnologías y las redes sociales, nos ha convertido a todos en comunicadores. Sin embargo, no todos los que salen a la plaza pública que es Internet resultan igual de verdaderos, igual de interesantes o igual de desinteresados.
Para separar el trigo de la paja
Se impone, para conocer la verdad, tomar distancia de los múltiples reclamos mediáticos para seleccionar aquellas fuentes y aquellos medios que comparten nuestro particular sistema de valores y más contribuyen a enriquecerlo, ajustándose a ese modo de ver el mundo y de entender la realidad. Dice el Papa que «el silencio es precioso para favorecer el necesario discernimiento entre los numerosos estímulos y respuestas que recibimos, para reconocer e identificar asimismo las preguntas verdaderamente importantes».
En tercer lugar, el silencio hace avanzar el diálogo. La contraposición de ideas, el debate o la discusión necesitan del silencio que permita captar la parte de verdad que hay en las ideas de los otros para acogerlas y construir, con las propias, el camino a la verdad. Casi todo lo que sabemos, lo sabemos porque personas de confianza —en el aula, en la familia, en la predicación, en la calle— nos lo han comunicado, y nosotros hemos sabido escucharlo en silencio y hacerlo nuestro. La Humanidad avanza por el conocimiento acumulado durante generaciones, y éste sólo se transmite bien con el silencio de quien lo acoge.
Las palabras del Papa han situado al silencio como motor de la comunicación más auténtica, elemento indispensable para alcanzar la verdad.
En realidad, como se ha visto, lo que se opone a la comunicación no es el silencio, que la posibilita y la facilita, sino la mentira. Los obispos españoles de la Comisión de Medios de Comunicación así lo han puesto de manifiesto en su Mensaje con motivo de esta Jornada. En él, señalan que «es precisamente la humanización de la sociedad uno de los fines de la comunicación y, al mismo tiempo, uno de los parámetros con los que se puede medir la calidad de la comunicación. Una sociedad conocedora de la verdad es una sociedad más libre, más justa y más humana». Este horizonte desaparece cuando el contenido de la comunicación es la mentira, la insidia o la asechanza, conceptos que nunca pueden quedar amparados bajo el derecho a la libertad de expresión. De hecho, éste precisa, cada vez más, el añadido de la verdad para ser nuevamente expresado como el derecho a la libertad para expresar la verdad (o el bien, o la belleza).
La consecuencia fundamental de esa comunicación de la mentira, o de cualquiera de sus derivados —calumnia, insidia, maledicencia, falsedad—, es la deshumanización del ser humano, de quien la dice y de quien la escucha. Una vida sostenida sobre la mentira —experiencia tiene la Humanidad— no es vida. Acaba destruida. Sin embargo, la verdad —y, mucho más, la Verdad— es capaz de sostener la vida de todos y ofrecer, como dice Benedicto XVI, la respuesta capaz de dar paz a la inquietud del corazón humano.