Siempre en construcción - Alfa y Omega

La pasada semana los obispos españoles han reflexionado sobre la misión de la Iglesia en este convulso cambio de época. Conviene recordar la profecía de T. S. Eliot en Los coros de la Roca: la Iglesia siempre se está descomponiendo y reconstruyendo; lo importante es, como diría el salmo, que los que la construyen vayan más deprisa que los que la destruyen. Si no se comprende esta dinámica, enseguida llegan los que ofrecen recetas quiméricas, desde la izquierda o la derecha. Ni la asimilación cultural ni la trinchera pueden ser un camino fecundo.

Una renovada presencia misionera en España no nacerá de iniciativas vistosas, pero forzadas y diseñadas desde arriba; tampoco será fruto de una estrategia de comunicación, ni de un endurecimiento de los mensajes, ni de una discusión agotadora sobre la estructura eclesial. Hace falta la paciencia de los padres y de los testigos. Urge fortalecer la comunidad como lugar vivo de educación en la fe. Son necesarias la inteligencia histórica y la humildad de la oración, sin la cual, como dice Francisco, la Iglesia pierde su eje y se convierte en un envoltorio vacío. Y todo esto no se obtiene por decreto ni por alquimia.

Hace pocos días el cardenal Pietro Parolín recordaba en El Espejo de COPE un tiempo lejano en el que la sociedad occidental era completamente ajena a la visión cristiana de la vida, y solo con el testimonio integral de la fe, la esperanza y la caridad, por parte de una pequeña comunidad, con sufrimiento y no sin muchas derrotas parciales, esa semilla dio su fruto en el tiempo. La propuesta cultural, el abrazo de la caridad y la disposición al martirio (no solo cruento, sino el de la vida entregada) forman un trenzado inseparable. Porque no se trata de que triunfe una idea, sino de que se acoja una vida, lo cual es dramático y nunca se somete a nuestros planes.

Todo esto puede ser impulsado o desestimado, e incluso frenado. Y eso sí, depende de una guía episcopal definida por la pasión misionera, libre de cualquier nostalgia, asombrada por la belleza de la fe allí donde surge, aunque sea en medio de las piedras.