Si no lo creo no lo veo…  - Alfa y Omega

Durante los últimos 100 años hemos asistido a un volumen de acontecimientos que, sin duda, desborda con creces los límites de nuestro asombro. No se piense solo en cosas negativas, catástrofes naturales, enfrentamientos políticos y económicos, conflictos bélicos a escala planetaria, epidemias y pandemias…, sino también en muchos avances en positivo que la humanidad ha desplegado desde el punto de vista tecnológico y social, descubrimientos científicos, investigaciones biomédicas. Todos ellos han hecho de nuestra vida algo más seguro, más placentero; en definitiva, han mejorado nuestro modo de estar en el mundo. Lo que quiero decir es que, frente a aquellos que han perdido la confianza en el género humano, no es difícil encontrar a nuestro alrededor un buen número de razones que nos permiten mantener un cierto optimismo. Y es que, cuando los seres humanos nos ponemos a buscar soluciones, todavía podemos albergar cierta esperanza en que aún la vida buena es posible.

Ya está bien de gritar ese mantra negativista y quejumbroso de si no lo veo, no lo creo… En muchas ocasiones la crispación nos vence y eso, en parte, se debe a que no tenemos la calma para levantar la mirada y echar un vistazo al horizonte. Paradójicamente, aunque esa línea en la que se unen cielo y tierra está muy lejos, nos devuelve una imagen mucho más real de lo que sucede, más ponderada, sin tanto sobresalto y sin estridencias. Levantar la mirada tiene una gran ventaja: nos saca de nuestras naderías y pone esa finitud en que habitamos en relación con aquello que es realmente grande, poderoso, importante, sabroso… Pero si no lo crees no lo ves, si dejas pasar esta oportunidad, tal vez no tengas otra.

Ante los vaivenes de la geopolítica, las alteraciones de la economía, el griterío de la polarización política y los venenos multijugos de todo tipo de relativismos, contemplar con serenidad el horizonte puede hacernos recuperar el tino, la calma y hasta cierta compostura en la que caemos en la cuenta de lo importante que es volver a confiar en quienes nos rodean. Simplemente con atreverse a entablar una conversación educada, y hasta con un poco de cariño, nos nacerá dentro una sensación muy interesante: en el fondo, todo está por hacer, todo puede mejorar, si decidimos emprender juntos el camino. Así que más nos vale tomar aire, apoyarnos en los demás y sonreír, porque ¿de qué sirve vivir enmarañados?, ¿no es bastante absurdo aspirar a ser felices y tener siempre el ceño fruncido? La alegría se lleva bien con la esperanza, porque ambas se nutren de algo mejor que nosotros mismos: creer en los demás.