«Si alguno quiere venir en pos de mí…» - Alfa y Omega

«Si alguno quiere venir en pos de mí…»

24º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Marcos 8, 27-35

Daniel A. Escobar Portillo
'Jesús y sus discípulos', de Rembrandt. Museo Teylers, Haarlem (Holanda).
Jesús y sus discípulos, de Rembrandt. Museo Teylers, Haarlem (Holanda).

Nos encontramos ante un episodio que constituye el centro del evangelio de san Marcos, conformando el punto de inflexión entre dos etapas de la actividad de Jesús. En primer plano se sitúa la pregunta de Jesús a sus discípulos, que con el paso de los años resonaría en los primeros que escucharon la predicación de los apóstoles, en quienes a lo largo de los siglos han leído este pasaje, y que se convierte en una de las preguntas centrales que la Iglesia nos lanza a todos nosotros: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Junto con la pregunta sobre la identidad del Señor, el texto va a plantear la consecuencia de la misma: en qué consiste ser discípulo de Jesús, en consonancia con el significado del Reino de Dios.

En la lectura del Evangelio dominical de este año hemos ido comprendiendo lo que significa seguir al Señor. La compañía de un grupo de personas a Jesús va configurando paulatinamente una comunidad que acompaña al Maestro, escucha sus enseñanzas y contempla sus gestos. Con frecuencia, esas palabras son más concretas y piden un mayor desapego de todo lo que impide un seguimiento radical hacia su persona. Algunos incluso se escandalizan y no serán pocos los que, ante tales planteamientos del Señor, prefieran abandonar ese camino y continuar con el modo de vida que llevaban antes de conocer a Jesús.

Compartir el mismo destino

Sin embargo, ahora llega un momento clave. No se trata ya de compartir un estilo de vida o ser fieles a un conjunto de enseñanzas morales, tantas veces no muy diferentes a las que proponían otros maestros de vida de la época. Jesús da un paso más, plantea de manera nítida una identificación del discípulo con Él mismo. No solo sugiere hacer a sus seguidores partícipes de un modo de vida austero y entregado a los demás, sino que establece como objetivo primero para ellos compartir su mismo destino. No quiere que quienes lo siguen piensen y elaboren un proyecto de vida excelente basado en sus enseñanzas; pide claramente que hagan suya la vida de su Maestro.

Esta podría definirse como la gran novedad que este domingo nos presenta Marcos. La gran aportación de estos versículos consiste, en definitiva, en que Jesús pide una implicación completa con su persona, misión y destino. Ciertamente, aparece una confesión muy clara por parte de Pedro, como primero entre los discípulos: «Tú eres el Mesías». Pero esta respuesta estaba implícita ya cuando quienes acompañaban a Jesús se cuestionaban acerca de la autoridad con la que hablaba o el poder con el que realizaba sus acciones. No debemos olvidar que la bondad, fuerza y éxito de su ministerio, sobre todo en los comienzos, había suscitado la pregunta que ahora, en nombre de todos responderá Pedro. Con todo, será al Señor a quien le corresponde tomar la iniciativa en la vida del discípulo y señalar lo que busca de cada uno de nosotros.

Las exigencias del discipulado

La pregunta con la que comienza el Evangelio pone sobre la mesa las diferentes visiones que, tanto en tiempos de Jesús como en nuestros días, muchos se han realizado. Durante siglos se ha buscado comprender y dar respuesta a quién es Jesús, como podría reflejarse en la primera reacción de los discípulos a la pregunta del Señor: «unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas». En esta línea podemos colocar, no solo el pensamiento de quienes rodeaban a Jesús, sino también englobar a quienes a lo largo de la historia han mirado al Señor como a un personaje relevante, de vida y enseñanza moral intachable, pero sin ir al fondo de la cuestión, sin verlo como salvador y sin pensar que nos pide una implicación y decisión que afecta profundamente a nuestra vida.

Para ello no tenemos que acudir únicamente a planteamientos de corte agnóstico o ateo. La última parte de este pasaje manifiesta una visión reduccionista de la persona de Jesús o de las exigencias del discipulado cuando Pedro increpa al Señor por anunciar su Pasión, Muerte y Resurrección. En realidad, solo el hecho de negarse a sí mismo, tomar la cruz del Señor y seguirlo será lo que haga comprender al discípulo la identidad del Señor y las exigencias del discipulado.

24º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Marcos 8, 27-35

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le contestaron: «Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías». Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».

Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero Él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!». Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma».