Shevchuk: «Estábamos en una lista de personas que eliminar»
«Más que de pan y vestido tenemos necesidad de consuelo y esperanza. Y eso solo lo puede dar la Iglesia», le confesó el alcalde de Kiev al primado grecocatólico
«Perdonad las lágrimas», se disculpa el arzobispo mayor de la Iglesia grecocatólica ucraniana, Sviatoslav Shevchuk. Durante toda su intervención virtual de este martes ante el Pontificio Instituto Oriental, se las secó varias veces. Una de ellas, al contar cómo «la mujer de uno de nuestros sacerdotes dio a luz hace una semana en un hospital sin luz», alumbrada con velas.
Al inicio de la guerra, intentaron evacuar a toda la familia de su ciudad. Pero el marido respondió a su obispo primado: «Usted me encargó ser párroco de esta gente, y no los abandonaré». Ahora, Shevchuk ha intentado incluso que un coronel del Ejército los ayude a salir de allí. «No tienen nada, ni agua ni comida. No sabemos si el recién nacido sobrevivirá».
«Nadie está nunca preparado para la guerra», confesó al principio de su intervención. Además del shock de despertarse con el sonido de las bombas y la noticia de la invasión rusa el 24 de febrero, relata cómo pronto «descubrimos que los líderes religiosos estábamos dentro de una lista de personas que eliminar».
De hecho, «en nuestra catedral se habían infiltrado integrantes de un grupo de asalto», haciéndose pasar por miembros del coro o de grupos de jóvenes, «con nombres y direcciones» de objetivos y «órdenes precisas». También «querían marcar nuestra catedral con transmisores» para atraer las bombas, «sabiendo que abajo había gente».
500 personas en la cripta
La primera noche, acogieron a casi 500 personas en la cripta. «La gente de nuestra parte de la ciudad no podía moverse porque todos los puentes estaban cerrados», y «muchos vinieron a nuestra iglesia a buscar refugio». Y allí siguen, a día de hoy, algunos ancianos y madres con hijos que no tienen medios para salir de la ciudad o «no saben dónde ir».
Ahora, tras el contraataque de las fuerzas ucranianas, que aseguran haber recuperado algunas partes de la ciudad, «la vida de la capital renace un poco». No duda de calificar de «milagro» que un mes después Kiev siga sin ser tomada, cuando «todos los análisis decían que caería en 96 horas. O que tengamos luz e internet».
El mismo martes, relató también, pudo hablar con el alcalde de la ciudad, Wladimir Klitschko. Este le dijo que en la capital queda un millón de personas, un tercio de su población original. El dirigente local prosiguió diciendo que «más que de pan y vestido tenemos necesidad de palabras de consuelo y esperanza. Y eso solo lo puede dar la Iglesia».
Del Dombás a Mariúpol
La situación no invita tanto al optimismo en regiones como el Dombás. Allí, afirmó el arzobispo mayor, «se han verificado deportaciones forzadas de gente». Reciben «un documento provisional que dice que deben vivir y trabajar en la isla de Sakhalin, al lado de Japón, sin posibilidad de abandonar ese territorio en dos años».
Por otro lado, están las «ciudades fantasma». Shevchuk citó el caso de Mariúpol, que «antes de la guerra era un gigante económico». O el de Járkov, que «prácticamente han reducido a escombros». Allí el obispo grecocatólico «sigue con su gente, y gracias a Dios podemos llevar ayuda humanitaria que él reparte. La gente de esa zona solo come gracias a lo que recibe de la Iglesia».
La historia se repite en otras ciudades con combates activos. En ellas, contó el arzobispo mayor, la Iglesia «busca facilitar la evacuación de la gente y la llegada de ayuda humanitaria». Pero «no siempre es posible porque mucha se la queda el Ejército ruso». Un segundo tipo de áreas son las de «primer refugio», colindantes a las de combate. En ellas los desplazados están de paso («lo que antes recorrías en cuatro horas hoy supone dos días»), y Cáritas y las parroquias intentan asistirles en el camino.
Agradecimiento al Papa
Las parroquias también se han convertido en centros de logística. Los camioneros que llevan ayuda humanitaria «tienen miedo de que les disparen los rusos, así que ahí cambiamos las cosas a coches más pequeños para llevarlas a las zonas de combate». Por último, está la zona central y occidental del país, donde los desplazados se establecen de forma más estable.
«No sé si oís los disparos y las explosiones. Han vuelto a dar la voz de alarma y debo bajar al refugio», dejó caer en un momento del acto con naturalidad… pero prolongó la conversación aún unos minutos. Aprovechó para insistir en su agradecimiento al Papa Francisco, por su cercanía y sus intentos de detener la guerra. «Y de modo particular por el evento extraordinario de la consagración de Rusia y Ucrania al Corazón Inmaculado de María». Ha supuesto «una fuerza sobrenatural que experimentamos de forma tangible», y por la que también «los ortodoxos están dando las gracias».
«Parte importante de la sociedad»
«La Iglesia grecocatólica es una parte muy importante de nuestra sociedad», que en este momento «está ayudando de todas las formas posibles», subrayó durante el mismo encuentro el embajador de Ucrania ante la Santa Sede, Andrii Yurash. En primer lugar, alabó la «enorme misión humanitaria» que desarrolla «a todos los niveles».
En lo espiritual, agradeció el apoyo a los soldados de los capellanes militares. Y, por último, citó los videomensajes diarios de Shevchuk. «Varios de mis colegas me dicen que para mucha gente son la fuente más seria de información y explicación de lo que está ocurriendo».
«Cada día la crisis humanitaria se agrava», denunció durante el encuentro del Pontificio Instituto Oriental Tetiana Stawnychy, presidenta de Cáritas Ucrania. Tras un mes de guerra, aseguró, en el país hay 13 millones de desplazados, un 30 % de la población. Entre ellos, 4,3 millones de niños.
Haciendo frente a esta realidad, Cáritas Ucrania ha atendido a 300.000 personas en alguno de sus 73 centros de acogida. También se esfuerza por enviar ayuda a las zonas de combate. «En Mariúpol nuestros compañeros se quedaron hasta el ultimo momento posible, y luego fueron evacuados a Zaporiyia», relató. Allí, no tardaron en empezar a ayudar a sus vecinos desplazados.
En Ternópil, fueron los propios desplazados los que empezaron a ayudar. «Mirándoles a los ojos», la presidenta de Cáritas pudo ser testigo del «cambio que había ocurrido en ellos» al recibir ayuda, cómo «se habían convertido en voluntarios y estaban ayudando a otros». Gracias a esta entrega, «se habían recuperado y estaban llenos de esperanza».