Uno, que ha leído y visto mucho a Sherlock Holmes a lo largo de su vida vuelve, una y otra vez, a las aventuras de este personaje como quien regresa al hogar en momento de zozobra. Y vuelve con la decidida y holmesiana creencia de que esas peripecias, escritas o rodadas, son las de un hombre que en verdad existió, pues si ustedes preguntan a cualquier socio del Club Holmes sobre la corporeidad del detective de la pipa, lupa y gabán les contestará con un inmediato: «Por supuesto que Sherlock Holmes fue real». Es por eso que recuerdo hoy, en esta sugerencia, esa serie de dibujos, dirigida parcialmente por Hayao Miyazaki, el genio de Ghibli, que nos contaba alguno de los casos más famosos del detective imaginado por sir Arthur Conan Doyle. Vuelvo a Sherlock Hound —en su título original— y la tienen disponible en Prime Video.
Y retorno a este anime, resultado de una coproducción entre la japonesa TMS Entertainment y la cadena pública italiana RAI, porque, además de holmesiano, pienso que uno, en su vida, no puede nunca dejar de ser aquel niño que fue. Y esa idea es la que late bajo unos episodios en los que ese Sherlock hecho zorro resuelve, en un mundo de perros, a golpe de pipa e ingenio, intrigas entretenidas y sanas. En ellos nos compadeceremos del torpe y valiente doctor Watson; nos enamoraremos de la encantadora señora Hudson; nos reiremos con la alocada Scotland Yard del inspector Lestrade; empatizaremos con el archienemigo, el vil profesor Moriarty y, lo más importante, volveremos a ser niños.
Sherlock Hound nos embarca en un viaje al universo Miyazaki, la niñez y la convivencia entre lo humano y lo natural, pintado en un ambiente de revolución industrial, con sus máquinas y cachivaches, y esa estética steampunk que recuerda a Porco Rosso, El castillo ambulante o El viento se levanta. Es por eso que volver a esta versión de Holmes, «detective de lo más singular», cuando se prevé marejada, es, además de un acierto, un gran refugio.