Semana por la paz, en Colombia: Tan lejos y tan cerca - Alfa y Omega

Semana por la paz, en Colombia: Tan lejos y tan cerca

La Iglesia en Colombia ha celebrado, del 8 al 15 de septiembre, la Semana por la paz, con el lema La paz es vida, pactemos paz, construyamos convivencia. Una semana de oración y peregrinaciones para pedir la reconciliación, «cada vez más urgente y necesaria, por el inicio de los diálogos entre el Gobierno y los grupos guerrilleros FARC y ELN», según señaló el Presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, cardenal Rubén Salazar Gómez. Ofrecemos un análisis del proceso de las negociaciones de paz

Jaime Septién
Peregrinación por la paz y la reconciliación con la imagen de la Virgen de Chiquinquirá por el río Magdalena.

El 18 de octubre de 2012 se iniciaron, en secreto, conversaciones en La Habana, Cuba, entre el Gobierno de Colombia y los representantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia –FARC–. Unas conversaciones que, en ocasiones, parecen madurar, y, en otras, sumirse en un pantano de ambigüedades, errores del pasado y poca claridad en el destino de los interlocutores.

No es la primera vez que existen intentos del Gobierno y la guerrilla para lograr acuerdos vinculantes. Por lo menos, dos Administraciones federales –la de Belisario Betancur y la de Andrés Pastrana– intentaron negociar con la guerrilla, pero no llegaron a nada, como tampoco el ex Presidente Álvaro Uribe. Los observadores del conflicto colombiano argumentan que, en esta ocasión, se están cometiendo tantos o más errores que en intentos anteriores. Un obstáculo –dicen los analistas– es haber llegado a La Habana en igualdad de condiciones, sin acuerdos de entrega de armas por parte de los guerrilleros, y fiándose de que las FARC van a cesar su conducta subversiva.

Curiosamente, en un año de conversaciones en La Habana, el único acuerdo a que llegó el Gobierno con las FARC fue el impulso al sector agropecuario. Empero, desde hace un mes y medio, la situación agrícola que prevalece en Colombia, los campesinos sin subsidios y las importaciones de alimentos a todo galope, ha derivado en movilizaciones, un paro nacional y casi una decena de muertos.

El paso de la paz es la justicia

Boyacá ha sido el centro de las protestas que han abarcado, poco a poco, a todo el país. Así, con la intención de introducir una palabra de mediación y de reconciliación, el arzobispo de Tunja, la capital provincial de Boyacá –donde los cultivadores de papa han encendido la mecha del paro–, monseñor Luis Augusto Castro Quiroga, invitó al Gobierno del Presidente Santos a resolver de la mejor manera posible la situación con los cultivadores de papa y cebolla, los lecheros, y los mineros boyacenses.

«La Constitución siempre ha tenido ese espíritu de primero la gente. Y entonces qué importante que se considere la realidad de esta gente que es el campesino», dijo monseñor Castro Quiroga. El prelado colombiano ha pedido que «se resuelva el problema de la única manera que se está pidiendo: haciendo justicia, acogiendo y escuchando esos pedidos para un bienestar y una producción más justa por parte de toda esta región».

En un mensaje dirigido al Gobierno colombiano, el arzobispo de Tunja fue muy claro al expresar que «el campesino es noble y leal, y merece ser escuchado», por lo que invitó a los dirigentes y a quienes toman las decisiones a escuchar a los labriegos para hacer posible que «se pase de la injusticia, a la justicia», en Boyacá y en todo Colombia.

Justamente, esta situación de injusticia social es la que le ha dado bandera a los grupos guerrilleros como las FARC y el ELN. Mientras no se pase de la injusticia, a la justicia, como escribía el obispo de Tunja, los grupos subversivos seguirán teniendo pretextos suficientes para continuar existiendo.

¿Se repetirán los errores del pasado?

Mientras esto sucede, el Presidente Santos insiste en que resolver el problema de la guerrilla –mediante las largas conversaciones de paz en La Habana con las FARC– es el principio general de reestructuración del tejido social, roto por muchas décadas de violencia, secuestro, atentados y muertes.

Hay quien afirma que el Presidente Santos ha caído en la redada de las FARC, mientras el propio Santos ha buscado respaldo internacional para finiquitar el conflicto y pasar a la Historia como el pacificador de Colombia. De paso, lograr su reelección al frente del Gobierno.

Al desvelar el expresidente Uribe que su sucesor estaba negociando con las FARC en La Habana, Santos habría dicho que «no se iban a repetir los errores del pasado». Fácil de decirlo, pero difícil concretarlo: después de todo, las FARC han estado ahí, junto con el ELN, antes y después de las negociaciones del Caguán, en 2002, que fallaron rotundamente.

La Iglesia católica ha tenido un papel central en las conversaciones con los grupos subversivos y en todos los intentos de pacificar Colombia. Con la enorme confianza institucional que tienen los colombianos, ha participado en diversas misiones de paz, acciones humanitarias y rescate de rehenes; la Iglesia se ha ofrecido para actuar como mediadora y componedora.

Hasta el día de hoy, el llamado Acuerdo General para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Duradera, no ha tenido, ni de lejos, un final feliz. La mirada está puesta en La Habana. Pero La Habana –dicen los colombianos desencantados con los errores que se repiten una y otra vez– está muy lejos de Bogotá. Y más, por ejemplo, de Boyacá.