En su encuentro con corresponsales, el arzobispo de París, monseñor Michel Aupetit, dijo (sobre las acciones anticristianas): «No podemos escondernos en pequeños grupos que se defienden; seguiremos exponiéndonos, sabiendo que corremos riesgos». Con esa misma falta de gusto por la trinchera abordó el laicismo, la bioética, el aleja-miento de los jóvenes o la integración de los inmigrantes
La Iglesia se interroga sobre la forma de su presencia en sociedades que ha contribuido a forjar, pero que en buena medida se han desconectado de su experiencia vital. Por eso me ha interesado el coloquio del arzobispo de París, Michel Aupetit, con un grupo de corresponsales, en el que revela tanta perspicacia histórica como libertad evangélica. Al escucharle no parece que se sienta un bicho raro en el actual contexto político y social, pero es consciente de la diferencia que porta consigo y de las dificultades para que se abra paso.
En medio de la conmoción nacional por el incendio de Notre Dame, Aupetit acogió el sentimiento general que la reconocía como signo de la historia y de la cultura francesas, pero subrayó que toda esa grandeza artística se construyó para cobijar el gesto que convierte un trozo de pan en el Cuerpo de Cristo. Cuando le preguntan sobre el laicismo, distingue entre un sistema que asegura a todos la práctica de su religión (con el límite del orden público) y una cultura que se ha vuelto sectaria. Ante el incremento de acciones anticristianas en Francia, rechaza caer en el victimismo: «No podemos escondernos en pequeños grupos que se defienden en una fortaleza; seguiremos exponiéndonos, abriendo las iglesias… sabiendo que corremos riesgos».
Antes de ser ordenado a los 44 años, Aupetit ejerció como médico en hospitales y en el campo. Tiene una gran preparación en el campo bioético y ha participado con interés en los Estados Generales convocados por Macron, pero su conclusión es amarga. Se ha buscado dar la sensación de que se escuchaba, pero las decisiones ya estaban tomadas. Y advierte de un problema serio: «La palabra en Francia no es tan libre como se piensa, a quien discrepa se le desacredita como reaccionario u homófobo… y eso se llama censura».
No le asusta, aunque le duele, el alejamiento de los jóvenes. Viven en una sociedad individualista, pero están buscando. Piensa que la sensibilidad ecológica puede abrirles a la conciencia de que existe una responsabilidad colectiva, y ese es un punto de conexión con la propuesta cristiana: «El cristianismo es una relación de amistad con Dios y eso se traduce en estar abierto a los demás, así que podemos mostrar que se trata de algo más que salvaguardar algo, nosotros pensamos en la salvación».
No cree que la integración de los musulmanes pase por nuevas reglamentaciones, por ejemplo sobre el velo, sino por encontrar espacios de encuentro humano verdadero. Muchas veces las parroquias están jugando ese papel. Ni dulcificación del presente, ni nostalgia. Ningún gusto por la trinchera, sino coraje y libertad para exponerse.