«¡Es algo imposible!», me dijo un joven no cristiano mientras recorríamos hace muchos años el camino junto al mar de Galilea. «¡Caminar sobre las aguas es algo imposible para un ser humano!», me repitió. Asentí. Y agregué: «Sí, es imposible para un humano ordinario. Por eso, y por muchas otras razones, reconocemos que Jesús es más que un ser humano, es Dios que vino a la tierra». Seguimos el camino en silencio. Luego hablamos de la necesidad de la paz. Muchas veces experimentamos eso. Es imposible vivir aquí. Es imposible vivir y sufrir los horrores de la guerra. Y, es verdad. Humanamente hablando, es imposible. Pero hay una realidad que nos ayuda. Es Jesucristo, quien, a lo largo de la historia, sigue caminando junto a nosotros y en nosotros en medio de las peores tormentas de la existencia humana. Tierra Santa está en guerra. Desgraciadamente. Gaza, y el resto de Palestina está en guerra. Israel está en guerra. Y todos sufren, todos sufrimos. ¡Solamente Dios sabe cuántas consecuencias trágicas, además de las que ya contemplamos, seguirán a esta guerra! ¿Qué hacer como sacerdotes, cómo misioneros? ¿Regresar a nuestros lugares? ¿Buscar la seguridad de un puerto? ¿Alejarnos del peligro? Podría ser, si estuviésemos seguros de que esa es la voluntad de Dios. Pero, mientras tanto, debemos seguir remando, aunque la corriente tire en dirección contraria. Debemos tratar de ayudar a pacificar esta tierra bendita. Rezando. Estando presente. Ayudando espiritual, moral y materialmente a todos los que podamos. Aunque muchas veces nos parezca que estamos haciendo un pozo en el agua.
Es necesario, en Su nombre, continuar. Él nos ayudará desde el cielo, a pesar de que parezca, y sea, humanamente imposible caminar sobre las aguas. Y aguas encrespadas.
Sigamos rezando por el milagro de la paz. Por el cese de las hostilidades y la libertad de todos aquellos privados injustamente de ella. Pidamos a Dios que nos conceda la gracia de consolar a quien sufre. De asistir a los enfermos. De ayudar, aunque parezca, y sea, una pequeñísima ayuda en medio de tanta desolación. Esta tormenta un día ha de cesar. Y el Señor dará su recompensa misericordiosa a quien trató de ayudar a quienes naufragaban en medio de tal tormenta.
«¡Navegad hacia lo profundo! Duc in altum!», nos dijo Jesús un día. ¡Porque Él, misteriosamente, nos encuentra allí, en medio de las tribulaciones.