Seglares en la era Francisco
¿Cómo afectan a la misión del laico las novedades que aporta a la Iglesia el pontificado de Francisco? A esta gran pregunta tratará de responder la Jornada de Apostolado Seglar de Madrid
Laicos en medio del mundo, alegres en la misión, es el lema de la XV Jornada de Apostolado Seglar de Madrid, que se celebra el sábado, de 9 a 19 h, en el Colegio Valdeluz. Rafael Serrano, Secretario General de la Delegación de Apostolado Seglar, y hasta hace unos días Secretario General de Manos Unidas (responsabilidad que desempeñó durante casi 15 años), y el sacerdote y periodista Manuel María Bru, ponente principal de la Jornada, debaten sobre cómo se trasladan al apostolado de los laicos las prioridades y acentos que va marcando el Papa.
¿Cómo se reflejan en Madrid los cambios que trae el pontificado de Francisco?
Rafael Serrano: Yo, personalmente, creo que ha venido muy bien el cambio de pastor para responder a una serie de necesidades. Nuestra Iglesia diocesana ha estado durante un tiempo enfrascada en la preparación del Sínodo diocesano, la Jornada Mundial de la Juventud… Ha sido un tiempo orientado hacia una pastoral de un tipo de presencia muy determinada. Pero muchos estaban deseando escuchar otro tipo de mensajes. Y es verdad que nada de lo que está diciendo el Papa es nuevo en la doctrina, pero sí es nueva la manera de decirlo. Mucha gente se está reconciliando con la Iglesia. Esa forma de decir las cosas del Papa empalma de manera muy directa con la sensibilidad del hombre de nuestro tiempo, por esa perspectiva, digamos, de Pastoral de la Misericordia. Eso yo creo que es una llamada para los seglares. Éste es el camino. Cuando, ante un tema conflictivo en el que tiene la Iglesia una posición muy clara, en lugar de una actitud de reprobación, se enfocan los mismos problemas desde la cercanía y la compasión, se abren nuevas perspectivas, y yo entiendo que eso es lo que nos pide hoy el Espíritu Santo a la Iglesia, sin negar para nada todo lo anterior.
Manuel María Bru: Estoy de acuerdo. Cada momento histórico tiene sus desafíos. Es verdad que ha habido un desafío muy importante que ha ocupado en gran medida los últimos 30 años de la vida de la Iglesia en el mundo, en España, y de un modo muy claro en Madrid, que ha sido el de fortalecer la identidad de la comunidad cristiana, porque, ante el proceso de secularización, se veía el peligro de que esa identidad se diluyera. Pero llega un momento en el que la Iglesia toma conciencia, en la línea de renovación del Concilio, de la necesidad de salir más hacia afuera. Juan Pablo II lo vio con la nueva evangelización. De Francisco, si tuviera que elegir una expresión para entender la novedad de este momento, citaría una idea suya en las congregaciones generales, cuando el todavía cardenal Bergoglio decía que siempre hemos leído esa expresión del Apocalipsis de que el Señor llama a la puerta de la Iglesia como una llamada a entrar en la Iglesia, pero que hoy tendríamos que entenderla también al revés: que el Señor llama a la puerta desde dentro para que le dejemos salir al mundo, porque el mundo lo necesita, y a veces la Iglesia actúa de freno.
¿Existen hoy nuevas oportunidades de acercamiento a la gente?
M. M. B.: Estamos en un momento de crisis de las ideologías, un momento en el que se superan muchos prejuicios, y eso facilita el acercamiento. Hay también sectores en la Iglesia en Madrid que se habían podido sentir un poco marginados, y ahora se sienten reconocidos por estos subrayados en lo social del Papa, del arzobispo Osoro, y en general por ese nuevo entusiasmo misionero, en un contexto, también, en el que se han superado las disputas ideológicas de antaño, que permiten que ahora podamos sentirnos todos unidos en lo esencial.
R. S.: Yo lo entiendo de una manera muy simple: todo lo que sea quitar dificultades para que la gente se entusiasme con Jesucristo y con su Iglesia me parece que es el mejor servicio que se puede hacer a la evangelización. Hacer amable, hacer atractivo el mensaje…, y que todos se sientan parte de la Iglesia, queridos y escuchados.
A veces, suponemos que ahí afuera hay multitudes esperando a que la Iglesia vaya a su encuentro, y no es así…
M. M. B.: Uno de los aspectos que se subrayan en este momento es el de interpretar el diálogo como hizo Pablo VI en Ecclesiam suam. El diálogo es una forma de amar, forma parte de la misión de la Iglesia, y no es simplemente un método interesado para convencer al otro.
Aquí no hay rupturas, sino complementariedad. Cuando se hace un llamamiento y la comunidad cristiana en su conjunto va con toda su buena fe en una dirección, es muy fácil que se olvide de algún aspecto, y luego hay que recular un poco para recoger eso que había quedado más olvidado. En el afán por combatir el relativismo, hemos podido dar la imagen de estricta condena de la cultura contemporánea por esta dimensión relativista. El Papa, don Carlos Osoro, muchos movimientos eclesiales, van en la línea de asumir plenamente todo ese discernimiento sobre el relativismo. No se le pone ni una coma, pero sí se plantea la pregunta: ¿Cuál es el efecto principal del relativismo? El sufrimiento de la gente, la desorientación, la soledad. De ahí esa imagen de la Iglesia como Hospital de campaña. Ya no es el discurso de Qué malo es el relativismo, sino de El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Porque todos estamos heridos de relativismo, los de dentro y los de fuera. Pero cuando uno ve que el otro se preocupa de verdad por él, ahí desaparece el relativismo.
R. S.: Es verdad que la gente no está esperando haciendo palmas a que lleguemos a hablarles de Jesucristo. La única manera de llegar es el testimonio. Es ir sembrando desde un testimonio de coherencia.
En cuanto al diálogo, en el Sínodo de 1987 sobre los laicos se plantearon dos modelos de evangelización: el modelo de la oferta y el diálogo, y el modelo de la confrontación. En la práctica, se fue configurando como hegemónico el modelo de la confrontación con una sociedad que nos arrincona. Eso cambia ahora con el Papa Francisco. Lo veo y lo digo ahora, pero yo, con Benedicto XVI, he sido feliz empapándome de sus razonamientos. Y con Juan Pablo II tuve una relación bastante fluida en los años en que colaboré con el Consejo Pontificio para los Laicos. Hablé muchas veces con él, y aquel hombre marcó mi vida.
M. M. B.: El Atrio de los gentiles de Benedicto era algo arriesgadísimo, y muchos no lo entendieron. Era como meter al enemigo en casa. Pues bien, ese diálogo, que se movía en un terreno muy intelectual, se ha universalizado, y trasladado a la chabola, a la trata de personas, a las periferias… Todos somos conscientes de que hay mucha gente a la que le está costando entender esta novedad, que requiere una conversión al Evangelio. Es difícil asumir lo del amor al enemigo. Estamos viendo ahora la protesta del hermano mayor del hijo pródigo. Oye, que yo llevo aquí en casa toda la vida y ahora resulta que los principales son los que están fuera.
¿Cómo se engancha un seglar a este nuevo tiempo en la Iglesia?
R. S.: No hay más que un camino, que es creer de verdad en la Iglesia de Jesucristo. Tendemos a ver el mundo con nuestras propias ideologías, y a valorar a la Iglesia o a tal Papa desde esa óptica, y así es muy difícil abrirse a la posible verdad que te pueden traer otros.
M. M. B.: Querría añadir que esta visión de Iglesia en salida vale para todos. Para levantar la bandera de la verdad, hace falta una gran formación. Pero cuando la primera bandera que hay que levantar es la de la caridad, valemos todos. Eso cuesta más que discutir, pero para ser fermento y para amar, para acoger, para estar con los demás…, valemos todos.
R. S.: A mí, algunas cosas que dice la Evangelii gaudium me recuerdan a un sacerdote de Sevilla ya mayor, compañero mío en la HOAC, que se metió en unos poblados a cura obrero. Su padre decía: «Este hijo mío es el más tonto del mundo. Todo el que estudia es para quitarse de trabajar, y él se tira 12 años estudiando y se va a trabajar de jornalero». Algo parecido está pasando ahora en la Iglesia, con un Papa que se va a vivir a Santa Marta. Eso es revolucionario. Tanto, que a mí me da miedo pensar que ahora Dios pueda decirme, como al joven rico: Deja todo lo que tienes. Porque a estas altura de mi vida, con los 66 años cumplidos, y las poquitas comodidades que he logrado, ya no sé si me encuentro con fuerzas para eso… Y esto es algo que está pasando mucho en el interior de la Iglesia: obispos, Vicarios, sacerdotes, laicos…, que llegaron a adquirir un estatus dentro de la Iglesia, ven que llega un Papa que cuestiona tantas cosas.