Se lo debemos
La memoria nos hace comprender que no estamos solos, combate el desarraigo. Nos ayuda a completar ese puzle que enlaza con nuestro pasado. Sabemos, además, que la misericordia de Dios ensambla cada una de las piezas por la comunión de los santos
La primera vez que visité el Cementerio del Verano, donde el pasado domingo el Papa León XIV conmemoró con una Misa a los fieles difuntos, me dirigí directamente hasta el Panteón de los Españoles, un pequeño recinto donde descansan muchos compatriotas fallecidos en la Ciudad Eterna. Al recorrer con la mirada los nombres grabados sobre una extensa e interminable lápida descubres a un gran número de religiosos y sacerdotes, algunos con referencias tan sencillas como sor Pilar, fray Ángel o don José. Hay nombres más conocidos y queridos por todos, como la inolvidable Paloma Gómez Borrero. Recordaba este momento cuando el Papa, antes de iniciar la Misa, depositó un ramo de flores sobre una de las lápidas del camposanto, en homenaje a todos los difuntos. En su homilía señaló que no estábamos ahí únicamente por nostalgia, sino para «vivir la memoria más que como un recuerdo del pasado, como una esperanza futura. No es tanto un volverse hacia atrás, sino más bien un mirar hacia adelante, hacia la meta de nuestro camino, hacia el puerto seguro que Dios nos ha prometido, hacia la fiesta sin fin que nos aguarda».
A lo largo del mes de noviembre la Iglesia nos invita a rezar por quienes se han adentrado ya por los caminos de la vida eterna. Son días para recordar a tantas personas que se cruzaron en nuestra vida: profesores que nos enseñaron a juntar las primeras letras, abuelos que nos daban a escondidas la propina de los domingos, compañeros de colegio que se fueron demasiado pronto y, por supuesto, los más cercanos, nuestra familia, incluso quienes nos dieron la vida. Es el momento de recordar, hacer memoria, rezar por ellos. Se lo debemos. La memoria nos hace comprender que no estamos solos, nos lleva a las raíces, combate el desarraigo. Nos ayuda a completar ese puzzle gigantesco que enlaza con nuestro pasado. Sabemos, además, que quien ensambla cada una de las piezas es la misericordia de Dios a través del arma poderosa de la comunión de los santos.
La visita al cementerio del Papa, y la que realizarán tantos fieles en todo el mundo a lo largo de estos días de noviembre, es la demostración palpable de que también nos importan quienes ya no están y a los que tanto añoramos. Que la pena nos lleve a la gratitud por esas huellas que dejaron en nuestras vidas. Por haberlos podido conocer, por haber compartido tantos días felices. Porque además sabemos que nos volveremos a encontrar y ya no habrá tristeza. Recordarlos es fomentar una memoria agradecida. Porque ellos siguen estando. Siguen estando en las fotografías que cada uno atesoramos en nuestra memoria. En las cartas y mensajes que nos escribieron, en las conversaciones que nos reconfortaron. En la sonrisa con que recordamos anécdotas.
Nos decía León XIV este mismo día que el Resucitado garantiza el reencuentro, nos conduce a casa, a ese puerto final, al banquete alrededor del cual el Señor nos reunirá, y que será un encuentro de amor: «Él nos espera y, cuando lo encontremos, al final de esta vida terrena, gozaremos con Él y con nuestros seres queridos que nos han precedido. Que esta promesa nos sostenga, enjugue nuestras lágrimas, dirija nuestra mirada hacia adelante, hacia la esperanza futura que no declina». Por suerte, en la memoria viva de Jesús entramos todos, incluso quienes nadie recuerda, incluso los que permanecen enterrados en lápidas olvidadas por los siglos, y que vemos descuidadas en los cementerios. Los mismos que descansan ahí siguen estando en nosotros, porque cuando los rezamos, le estamos diciendo a Dios que son de los nuestros, que queremos agradecerles todo y tenerlos cerca para siempre. Hagamos que nuestros difuntos se sientan orgullosos. Se lo debemos.