Sant Joan de Déu Serveis Socials - Barcelona celebra su 40 aniversario
La entidad de referencia en la acción social en Cataluña y en el conjunto de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios conmemora sus 40 años de historia, acogiendo y acompañando a personas en situación de pobreza, vulnerabilidad y exclusión social
La misión de Sant Joan de Déu Serveis Socials – Barcelona se centra en acoger y acompañar de forma integral a personas en riesgo o situación de pobreza y exclusión social, acorde al mandato de la Orden y al carisma de san Juan de Dios, con el propósito de promover oportunidades de desarrollo personal y social para que puedan llevar a cabo sus proyectos vitales.
Una labor que se ha desarrollado a lo largo del tiempo, y que ahora cumple 40 años. Cuatro décadas de un saber acompañar, dignificando y curando las heridas de la vida, construyendo una sociedad más humana y más inclusiva, donde absolutamente nadie se quede al margen.
SJD Serveis Socials acaba de presentar —de manera virtual— la campaña Diuen (Dicen), que quiere mostrar cómo trabaja la entidad «para hacer frente el sinhogarismo» y, a la vez, «agradecer la implicación de todas las personas, entidades, empresas y administraciones que han colaborado con ella». Su director, Salvador Maneu, nos recibe —también virtualmente— y nos acerca las claves más importantes de una misión con Dios en el fondo y con la persona en el centro.
¿Cómo nace San Joan de Déu Serveis Sociales – Barcelona?
La Orden San Juan de Dios nace hace 40 años, en 1979, en Barcelona. Siguiendo el ejemplo del fundador, abre un primer albergue para personas sin hogar y, poco a poco, se va consolidando como institución. Se acogieron perfiles de personas muy distintas en aquella época. Incluso se abrió en aquel entonces una unidad para atender a personas terminales de SIDA. Por tanto, desde el primer instante lo que hace la institución es intentar adaptarse a la realidad de cada momento, a los distintos rostros de las personas sin hogar que la ciudad iba generando.
Un servicio a manos llenas que acaba de cumplir, nada más y nada menos, que 40 años de vida…
Ya llevamos una trayectoria de 40 años, sí. Y, después de todo este tiempo, estamos ofreciendo acogida residencial a personas sin hogar de distinta índole. Son personas que, por desgracia, han perdido el hogar. Pero tenemos desde situaciones absolutamente cronificadas de personas que llevan muchos años en la calle, con adicciones, con patologías mentales asociadas, con rupturas familiares y un largo etcétera, hasta en el otro extremo donde tenemos a personas o grupos familiares que recientemente han caído en la calle.
Son personas que tienen una trayectoria laboral más o menos regular, incluso algunas de ellas continúan trabajando, pero la situación inmobiliaria está tan complicada que los ingresos que generan por razón del trabajo no son suficientes para poder acceder a una vivienda, ni siquiera al alquiler de una habitación. Y, en medio, hay una gama de grises extraordinaria, con personas jóvenes, mayores, población nacional, inmigrante, con más o menos formación…
¿Cuál es el proceso que llevan a cabo?
Lo que intentamos es ofrecer una primera acogida en algunos de los centros residenciales que tenemos, y que vulgarmente se conoce como albergue, pero yo prefiero llamarlo centro de segunda oportunidad. Son personas que, por las razones que sean, o bien no la han aprovechado o bien no han tenido una primera oportunidad, y la institución les ofrece una segunda oportunidad en un centro residencial de inclusión, de estancia temporal. Ahí, pactamos con la persona un plan de retorno a la comunidad, para que el día de mañana tenga una vida lo más autónoma posible.
¿Y después?
Apoyamos esta primera acogida en centros residenciales colectivos, con una red de pisos que ponemos a disposición, que son de inclusión o de tránsito, para que la persona culmine el proceso de recuperación, de retorno, a la comunidad, de la manera más solida posible. Eso pasa por tener ingresos propios; ya sea porque encuentran un empleo o porque tienen acceso a una prestación pública que les permite tener un mínimo para poder vivir de forma autónoma.
Qué importante es la tarea de acompañar en el dolor, ¿no?
Este proceso de acompañamiento se suele alargar en el tiempo, pero depende de los casos. Entre la estancia en un centro residencial mas el piso de inclusión, normalmente acompañamos a la persona un año, un año y medio, dos años… incluso más, si la situación es más adversa. Se dice, que no es una norma científica, que tanto tiempo necesitas de acompañamiento como tiempo has estado en la calle. Y, por tanto, es posible que una persona que se ha pasado cinco años en la calle, que llega muy deteriorada, necesite cinco años de acompañamiento. Lógicamente, a lo largo del tiempo, ese acompañamiento se va diluyendo. Al principio es más intensivo, y a media que la persona es más autónoma y va adquiriendo más autoestima y va recuperando su vida, nosotros nos vamos retirando.
Siempre decimos que una persona sin hogar, cuando llega a nuestra institución, en el fondo se está preguntado por su sentido de vida. E intentamos acompañar a la persona para que, al final, se hagan realidad sus proyectos vitales.
Intuyo que ponen sus manos en las heridas de los sufrientes porque hay Algo más que los mueve…
Sí. Nosotros ofrecemos una serie de recursos pero, en el fondo, es ese acompañamiento pausado y tranquilo que se ofrece a lo largo del tiempo, en el que ofrecemos distintas claves, que serían como muletas, para que esa persona descubra o redescubra el sentido de su propia vida. Y que luche por ese sentido.
Y no van solos, ¿verdad?
Así es. Intentamos trabajar en red con otras instituciones, públicas y privadas, y lo estamos haciendo bastante bien. Tenemos una relación muy sana, de respeto mutuo, con el Ayuntamiento de Barcelona; han pasado alcaldes y alcaldesas de signo distinto y la relación ha sido siempre muy positiva. En ese sentido, nos hemos reconocido como actores necesarios porque la cooperación acaba beneficiando a las personas sin hogar. Y también llevamos un tiempo fortaleciendo la red con entidades de Iglesia. El Papa Francisco nos inspira y nos anima a tejer redes de solidaridad entre entidades no solo de Iglesia, sino con las que podamos compartir objetivos afines. Y nosotros nos los hemos tomado como un imperativo ético; tenemos que cooperar con otros porque, al final, estamos trabajando por una misión fundacional muy concreta, que es intentar que las personas de máxima fragilidad y vulnerabilidad tengan un futuro. Y eso nos obliga a trabajar con otros. Y en eso estamos…
En pleno aniversario, analizando el momento presente, ¿cómo respira su corazón?
He de decir que celebrar los 40 años me provoca una cierta tristeza, porque me gustaría que no existiésemos; ojalá no existiera una entidad como San Juan de Dios que se dedica a atender a las personas sin hogar… Pero es una gran responsabilidad. Nosotros afrontamos el futuro inmediato a medio plazo con una gran responsabilidad de continuar con una labor que iniciaron los hermanos de San Juan de Dios, que más adelante se sumaron a ello personas laicas, trabajadores y voluntarios; y que continúan los hermanos pero con menor presencia. Por tanto, es una labor compartida que los hermanos de San Juan de Dios han querido compartir con nosotros, y nosotros estamos muy agradecidos de formar parte de la familia hospitalaria de San Juan de Dios.
¿Se ha resentido la situación con la llegada del COVID-19?
La situación actual ocasionada por el coronavirus y sus consecuencias sociales, también nos obliga a redoblar esa responsabilidad y ese mayor esfuerzo para dar, con la máxima prudencia posible, una mayor respuesta a más necesidades que estamos detectando.
Estar cerca de los más desfavorecidos a menudo duele. ¿Por qué lo hacen?
Es que es nuestra misión. Cada empresa humana, con o sin ánimo de lucro, tiene una misión fundacional, y la nuestra es esta. Nosotros nos dedicamos a esto, son los valores de la Orden y el sentido último de la misma es atender a los más frágiles. Y hay una voluntad inequívoca de san Juan de Dios de practicar la hospitalidad con las personas más frágiles; y, en este caso, pensamos que las personas sin hogar son un colectivo especialmente indicado para que la Orden intente aportar lo máximo que pueda.