Sangrienta Navidad - Alfa y Omega

«Os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador». Mientras las palabras del ángel resuenan en nuestros corazones, la Navidad en Myanmar se vio ensombrecida con tristes noticias de última hora. «Lay Kay Kaw, en Dooplaya, al sur del estado de Kayin, ha sufrido un fuerte ataque aéreo y con proyectiles de mortero el día de Navidad. Hay algunos muertos».

Y, el mismo día, otra: «Más de 30 personas han sido asesinadas y sus cuerpos quemados en el estado de Kayah». El 24 de diciembre, al menos 35 civiles, fueron masacrados por soldados de la Junta Militar cerca de la aldea de Moso. La mayoría de habitantes de Kayah son católicos. Las víctimas son aldeanos que huían de los enfrentamientos. «Nos chocó mucho ver que todos los cadáveres eran de distintos tamaños; había mujeres, niños y ancianos», relataba un testigo ocular a una agencia de noticias. Otro contaba el 25 cómo «fui consciente del fuego anoche pero no pude ir al lugar porque había disparos. Fue esta mañana y vi los cuerpos quemados, y la ropa de los niños y mujeres esparcida alrededor».

En medio de tantas atrocidades la Iglesia local, con la ayuda de voluntarios, celebró la Navidad en algunos campamentos de desplazados internos, con la esperanza de que los niños olvidaran sus sufrimientos, al menos por un rato. Se intentó celebrar especialmente en la jungla, con los niños que han huido de Lay Kay Kaw, la aldea atacada ese día. Como contaba uno de los voluntarios, «espero que compartiendo muñequitos y regalitos con los niños puedan olvidar el terror de todo este día y tener un poco de felicidad».

En un comunicado del día 26 de diciembre, el cardenal Charles Maung Bo condenó esta masacre, «totalmente, sin reservas y con todo mi corazón. Con dolor, rezo fervientemente por las víctimas, sus seres queridos y los supervivientes de este acto inenarrable y despreciable de barbarie inhumana». En su mensaje de Navidad, había invitado a la gente a convertir todo el dolor en un sufrimiento redentor de esperanza, perdón y reconciliación. Pero para la gente de Myanmar siguen en pie algunas preguntas: ¿cómo acogemos al Príncipe de la paz en esta tierra?, ¿cómo convertimos la impotencia del pesebre en el poder del amor y la reconciliación?