San Salvador de Leganés cierra temporalmente - Alfa y Omega

San Salvador de Leganés cierra temporalmente

Administración e Iglesia aportan tres millones de euros para frenar el deterioro del templo, famoso por su retablo de Churriguera

José María Ballester Esquivias
Fachada de la parroquia de San Salvador de Leganés, durante las obras de restauración
Fachada de la parroquia de San Salvador de Leganés, durante las obras de restauración. Foto: Juan Manuel del Álamo.

Pudo haber sido iglesia catedralicia —al final la elegida fue Santa María Magdalena, en Getafe— cuando hace 30 años se erigió una diócesis en la zona sur de Madrid. No era para menos: de dimensiones respetables, San Salvador de Leganés, bien plantada en el casco histórico del municipio, fue construida entre los siglos XV y XVIII. Su pieza artística más valiosa es un retablo barroco, obra de José Benito de Churriguera. Sin embargo, el paulatino deterioro estructural de varias partes del templo, perceptible desde hace ya años para cualquier visitante, obliga a realizar obras de envergadura cuya inevitable consecuencia es un cierre por tiempo indefinido. El único dato que da pistas sobre su duración tiene que ver con el presupuesto: «Se habla de tres millones de euros que ejecutar en cinco años», explica a Alfa y Omega el sacerdote Jaime Pérez-Boccherini, actual párroco de San Salvador. La pregunta que surge es por qué haber esperado tanto tiempo antes de actuar. Según subraya, «se actúa ahora porque es cuando hemos podido reunir un plan de financiación que va a depender sobre todo del dinero público [Comunidad de Madrid y Ayuntamiento], pero también en parte con fondos de procedencia eclesial». Una noticia positiva es que la partida de financiación pública que incumbe a la ciudad de Leganés –asciende a medio millón de euros– ha sido aprobada por el 80 % del pleno municipal.

En cuanto a los motivos técnicos que hacen de este momento el más idóneo para llevar a cabo las obras, el párroco señala que «también es ahora cuando, ante la urgencia de la situación del edificio, se puede intervenir y se detecta la necesidad de despejar el edificio por prudencia: no es que se vaya a caer de forma inminente, pero cuando empiece la obra aparecerá el riesgo de derrumbamiento». Para evitar esa hipótesis, hay que operar, en primer lugar, sobre la bóveda del templo, atravesada por grietas. Son pocas, pero gruesas. La maniobra prevista consistirá en cinchar la bóveda por arriba. Posteriormente se contempla «micropilotar» el subsuelo para que esté endurecerlo por abajo. Una vez concluida esta fase crucial, se podrá proceder al cambio del pavimento, y también al del sistema eléctrico y el antiincendios. Si todo lo anterior se efectúa sin incidencias, llegará el momento de un arreglo de fachadas e incluso de una reforma integral del edificio.

Continuidad de la comunidad

El otro gran –y crucial– desafío al que se enfrenta Pérez-Boccherini es la continuidad de la vida cristiana de la parroquia de San Salvador. En cuanto supo que el cierre era inevitable, tomó precauciones, como el acuerdo al que ha llegado con la parroquia Nuestra Señora de Butarque. La conoce al dedillo, pues rigió sus destinos entre 2011 y 2015 y en ella ejerció por primera vez como párroco titular. Está situada a unos 500 metros de San Salvador, lo que evitará a la feligresía de esta última tener que hacer largos desplazamientos para asistir a la Eucaristía. Para el resto de actividades parroquiales y pastorales, seguirá disponiendo de locales. Sin ir más lejos, la sección de Cáritas de San Salvador seguirá funcionando. Con todo, el sacerdote se muestra precavido sobre el destino de su comunidad parroquial, que «va a sufrir mucho, porque el cambio de iglesia merma las posibilidades», si bien «intentaremos mantener un núcleo fiel y operativo para garantizar la continuidad de la comunidad cristiana».

Una faja de general
La Virgen de Butarque

Una curiosidad que distingue a la parroquia de San Salvador es la faja de general que luce la talla de la Virgen, que se coloca ante el rentable durante el mes de agosto. Perteneció al teniente general Antonio Aranda Mata (1888-1979), oriundo de Leganés, que destacó en la Guerra Civil durante el sitio de Oviedo en 1936. Fue premiado con la Gran Cruz Laureada de San Fernando. Terminada la contienda, Aranda marcó distancias con el régimen franquista y estuvo brevemente arrestado.