9 de diciembre: san Juan Diego, rodeó el Tepeyac para evitar a la Virgen - Alfa y Omega

9 de diciembre: san Juan Diego, rodeó el Tepeyac para evitar a la Virgen

Al indio Juan Diego le sobrepasó el mensaje de la Virgen, pero acabó confiando. El 9 de diciembre recordamos al santo cuya humildad hizo posible la evangelización de América

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
‘San Juan Diego’. Óleo de Jaime Domínguez Montes y Fray Gabriel Chávez de la Mora. Colección del Museo de la basílica de Guadalupe, México

Cuando la Virgen quiere mandar un mensaje no se anda con rodeos, pero para hacerlo llegar necesita personas de carne y hueso, muchas veces con sentimientos de indignidad, conscientes de que la misión les viene grande. Es lo que pasó con el indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin en un rincón perdido de México hace casi 500 años.

Era la madrugada del 9 de diciembre de 1531. Juan Diego tenía ya 57 años cuando, ascendiendo el cerro del Tepeyac, oyó un agradable canto de pájaros que solo cesó cuando se apareció delante de sus ojos la Virgen María. Le pidió transmitir su deseo de que se le construyera «un templecito» donde ella estaría «siempre dispuesta a escuchar su llanto y su tristeza, para purificar y para curar todas sus miserias, penas y dolores».

Juan Diego se lo contó al obispo, el franciscano Juan de Zumárraga, pero no le creyó. Esa misma tarde la Virgen le insistió, pero el indio le rogó que por favor enviase a otro mensajero, con más credibilidad que la que pudiera tener un pobre campesino. María volvió a insistir: «Es necesario que tú, personalmente, vayas y ruegues para que se haga el templo que pido».

Sin embargo, el obispo seguía sin creerle y le dijo a Juan Diego que le pidiera a la Señora una señal. Eso al indio le pareció ya demasiado y, cuando en la madrugada del 12 de diciembre tuvo que salir de casa para buscar a un sacerdote que asistiera a su tío enfermo, decidió dar un rodeo y evitar así el Tepeyac, para no buscarse más problemas.

«María escogió a este hombre porque no hay otro lugar donde uno se pueda encontrar con Dios más que en la humildad», afirma Eduardo Chávez, director del Instituto de Estudios Guadalupanos y postulador de la causa de canonización de Juan Diego.

A pesar de la vuelta que dio el indio, la Virgen se le volvió a aparecer y le envió a la cumbre para recoger unas flores que le sirvieran de señal al obispo. En ese lugar de riscos y abrojos, en esa época del año, era imposible recoger ninguna flor, pero Juan Diego bajó de allí con un buen puñado de ellas en su tilma, el manto tradicional de los indígenas. Después, ante el obispo desplegó su tesoro, pero además de las flores estaba impresa la imagen de la Virgen que hoy es venerada en todo el mundo.

Una inculturación perfecta

«Los misioneros venían con la mentalidad de convertir y bautizar a todos los indígenas, pero la realidad era que no lo lograban tan fácilmente como pensaban», señala Chávez. «Hay que tener en cuenta que venían a unos pueblos imbuidos en las tinieblas de la idolatría, que incluso realizaban sacrificios humanos. Al cabo de pocos años de evangelización, ellos mismos admitían que no acertaban con su pedagogía y no llegaban al corazón de la gente». En cambio, lo que sucedió en 1531 fue «un modelo perfecto de inculturación de manos de la Virgen», afirma el postulador de san Juan Diego.

En primer lugar, la Virgen eligió a un indígena de raíces toltecas, «un pueblo caracterizado por la búsqueda de la sabiduría». A Juan Diego la Virgen le hablaba en su propia lengua, el náhuatl, y en su tilma colocó unas flores que convencerían al obispo. «Las flores son el símbolo de la verdad y de la vida para este pueblo, y la tilma es su atuendo característico. Esta prenda es pobre, limitada, de lo más humilde, como el propio Juan Diego. El hecho de que acomode las flores dentro de ella indica que es toda esta tradición y toda esta cultura lo que la Virgen quiere llenar con su presencia e incluso con su imagen», añade Chávez.

Todos aquellos hechos fueron vividos por Juan Diego con mucha humildad. Después de las apariciones, pidió al obispo habitar una choza al lado de la ermita de la Virgen, donde vivió de forma pobre y austera, con la Eucaristía como centro. Su misión diaria consistía en barrer el templo y acoger a los peregrinos. En 1548 murió en olor de santidad el indio al que María escogió para multiplicar los frutos de la evangelización en todo el continente.

Así lo reconoce su postulador: «Después de las apariciones de Guadalupe se lograron, en unos pocos años, nueve millones de conversiones, no solo entre los indígenas, sino también entre los españoles. El mismo san Juan Pablo II reconocía que “con Guadalupe comenzó todo”. Tuvo una repercusión impresionante».

Desde entonces, cada año visitan el santuario 23 millones de peregrinos, a quienes la Virgen repite las mismas palabras que dijo a Juan Diego la primera vez que se le apareció: «¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto? Que ninguna cosa te aflija ni te perturbe».

A todos aquellos que se encomiendan a su protección la Virgen María les repite, como dijo a Juan Diego la primera vez que se le apareció: «¿No estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? Que ninguna otra cosa te aflija ni te perturbe».

Bio
  • 1474: Nace en Cuauhtitlán (México)
  • 1524: Es bautizado por los primeros misioneros franciscanos
  • 1531: Recibe la visita de la Virgen
  • 1548: Fallece
  • 2002: Juan Pablo II lo canoniza