19 de febrero: san Beato de Liébana, «oveja sarnosa» que defendió la fe en España
No tuvo reparos en llamar «testículo del anticristo» al arzobispo de Toledo, fundó el culto a Santiago en España y tradujo la fe a los iletrados en forma de cómic. En las montañas de Cantabria habitaba un gigante
A los pies del monte de la Viorna, en las estribaciones de los Picos de Europa, en la comarca cántabra de Liébana, se levanta desde el siglo VI un monasterio que 200 años después alojó entre sus paredes una figura monumental: san Beato de Liébana.
Los datos biográficos concretos de san Beato permanecen indefinidos a día de hoy. Posiblemente nació en Liébana y entró en el monasterio local, que entonces se llamaba San Martín de Turieno. Beato fue quien compuso el himno O Dei Verbum para la festividad de Santiago en la liturgia mozárabe. En él llama al Apóstol «áurea cabeza refulgente de España, protector y patrono. Aleja toda enfermedad y crimen, muéstrate piadoso protegiendo al rebaño».
«Es el primer himno a Santiago que se conoce y gracias a él podemos decir que es el patrono de España», explica Pilar Gómez Bahamonde, directora del Centro de Estudios Lebaniegos. «La primera imagen que tenemos de Santiago está en su Comentario al Apocalipsis, donde le llama Iacobus Hispaniae, Santiago de España. Y cuando dibuja el mapamundi colocando los lugares donde predicaron los apóstoles, a Santiago lo sitúa en nuestro país». Toda la peregrinación posterior a Compostela no se entiende sin la influencia de san Beato de Liébana».
Todo esto sucedió años antes de que el obispo de Iria Flavia mandara buscar las reliquias de Santiago, por lo que se cree que para hacerlo se basó en las obras de Beato. Si fuera así, Beato habría tenido «una importancia decisiva» en la fundación del Camino de Santiago como principal itinerario de peregrinación de Europa.
Otro acontecimiento capital de la historia de España que atraviesa la vida de san Beato de Liébana es su intervención en la controversia adopcionista. Por aquellos años, parte de la Iglesia mozárabe quería mostrarse complaciente con la Córdoba islámica y no dudó en asumir la visión que el islam tiene de Cristo: un simple ser humano adoptado por Dios, pero no hijo de Dios ni Dios mismo encarnado. En el adopcionismo había caído el mismo Elipando, arzobispo de Toledo y primado de España, con quien Beato mantuvo una fuerte disputa epistolar. El obispo le llamó «oveja sarnosa», y nuestro santo le tachó de «testículo del anticristo». Beato buscó apoyo en Alcuino de York, primer consejero de Carlomagno, y gracias a eso el emperador promovió un concilio en Fráncfort en el año 794 que acabó condenando el adopcionismo.
El comentario original de san Beato se perdió entre las idas y venidas de la historia, pues tuvo que viajar por muchos monasterios para ser copiado. Cada una de estas copias tomó después el nombre de beato en referencia a su autor original.
«Se tardaba entre cinco y diez años en hacer una copia. No era fácil; para hacer el color azul se necesitaba lapislázuli, el verde era un pigmento que se traía de Persia… Se escribía con una pluma de ave sobre pergamino y solo para hacer un beato se hacía necesaria la piel de 300 corderos. Era un proceso muy costoso y laborioso», afirma Pilar Gómez Bahamonde.
Hoy solo quedan 36 beatos repartidos en museos de todo el mundo, pero 23 facsímiles se pueden admirar en el Museo de la Torre del Infantado, en Potes (Cantabria).
Desde cuatro peñas
«Todo esto lo hizo escribiendo desde cuatro peñas, oponiéndose al primado de España y defendiendo con fuerza la cristología. Sin duda, Beato contribuyó en gran medida a que el cristianismo se arraigase en Europa», afirma Gómez Bahamonde. Este afán de hacer llegar a todos la verdadera fe llevó a san Beato a idear una novedosa forma de transmitir las Escrituras. En el año 776 escribió un Comentario al Apocalipsis de san Juan que se convirtió en una de las obras más difundidas de la Edad Media.
Utilizó los textos de los santos padres de la Iglesia y realizó observaciones de su propia cosecha para la edificación de sus lectores en un latín muy asequible. Pero fue más allá al incluir dibujos y miniaturas para explicar con imágenes lo que muchos no entenderían solo con los textos. «Hay que tener en cuenta que muchas personas, incluso dentro de su monasterio, no sabían leer. Él quiso llegar a la gente y fue consciente en todo momento de la importancia de la imagen como transmisora de la verdad». «De alguna manera es el precursor de los cómics modernos», afirma Pilar Gómez Bahamonde. Cuando lo terminó, una red de monjes fue copiando este comentario en diferentes monasterios de Europa, desde el siglo VIII al XIII.
Del final de su vida no se sabe mucho. Posiblemente murió en el monasterio de Liébana, pero después de un incendio se quemaron muchos libros y no se conserva ningún dato, como si después de todo lo que hizo Beato hubiese querido desaparecer para unirse al que describió como «el Siervo que aceptó consumarse y, al consumarse, se mostró visible desde su divina invisibilidad, y que volverá para juzgar». Hoy la Iglesia le recuerda cada 19 de febrero.