«Salid a su encuentro»
32º domingo del tiempo ordinario
Llegados al mes de noviembre y en el contexto de los últimos domingos del año litúrgico, nuestras celebraciones van paulatinamente situando en primer plano la reflexión sobre la vida eterna. De un modo más explícito que en otros períodos, no se oculta que nuestra vida terrenal está limitada y que estamos destinados a una existencia junto con el Señor, que supera los límites de la muerte física. Así pues, temas como la muerte, la segunda venida de Cristo al final de los tiempos o el juicio final adquieren un protagonismo que nos facilita una reflexión profunda, serena y confiada sobre aquello que nos aguarda en cuestión de más o menos tiempo. Para el cristiano que ha puesto su confianza en el Señor, la vida eterna se convierte en un motivo de esperanza, a diferencia de quienes no creen en el Señor, que corren el riesgo de vivir su finitud terrena con tristeza y hasta desesperación.
El pasaje de las vírgenes prudentes y sensatas se encuadra, según la estructura del Evangelio de san Mateo, en el último de los cinco grandes discursos del Señor, focalizado en los acontecimientos del final de los tiempos. Este conjunto de comparaciones y parábolas, que en este evangelista servirá como prólogo al relato de la Pasión, se inspira en temas similares abordados sobre todo por san Marcos, con la parusía y la venida del Hijo del hombre como puntos centrales.
No es nueva en el Nuevo Testamento la adopción de la imagen de la boda ni de Cristo como esposo de la misma. Hace pocos domingos escuchábamos la comparación del Reino de Dios con un banquete de bodas. Pero, incluso más allá del Evangelio, el Apocalipsis de san Juan, último libro de la Biblia, contiene destacadas alusiones al banquete de bodas del Cordero. Frente al cansancio, la apatía o la rutina que pudieron vivir los apóstoles, las primeras comunidades cristianas o nosotros mismos, una imagen representativa de la alegría humana sirve para vincular el Reino de Dios con la felicidad plena y alimentar nuestra ilusión por su llegada. Por otra parte, la referencia a las diez vírgenes y a la celebración nocturna se corresponde con la práctica ceremonial corriente en tiempos de Jesús. La narración hace centrar la atención en dos puntos: el encuentro con el esposo y la preparación que se ha de tener para acceder con él al banquete de bodas. Ambas realidades se convierten para el cristiano en una evidente alusión a Jesucristo, el esposo, que tarde o temprano llegará, y a que nos ha de encontrar en condiciones para poder entrar con Él en el Reino de los cielos.
«No sabéis el día ni la hora»
Junto al esposo que viene y a las vírgenes que lo aguardan, el tercer elemento, que responde a lo que se ha de hacer, es el aceite de las lámparas. Como es natural, no han sido pocas las interpretaciones que los autores cristianos han dado al significado de este elemento que sirve para proporcionar luz, alimentar o suavizar. De entre ellas, cobra especial interés aquella que relaciona el aceite con las obras de caridad. Ello explica que ese aceite no se pueda compartir con el resto de vírgenes, ya que las obras de cada uno poseen un carácter personal e intransferible. Todos estamos llamados a actuar prudentemente, lo cual significa corresponder con nuestras acciones a la gracia recibida. De este modo, la vigilancia que se nos pide no se refiere tanto a estar físicamente despiertos, sino a estar personalmente preparados. De hecho, tanto las vírgenes necias como las prudentes están dormidas cuando aparece el esposo. Por último, en la línea de los domingos anteriores, el Evangelio destaca la llamada de todos al banquete –las diez vírgenes están llamadas, en principio, a participar–. Sin embargo, es la decisión del hombre, a través de su vida, la que hace posible que esta invitación llegue a cumplimiento.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Se parecerá el Reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: “¡Qué llega el esposo, salid a su encuentro!”. Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”. Pero las prudentes contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”. Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”. Pero él respondió: “En verdad os digo que no os conozco”. Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora».