El amor a Dios y al prójimo - Alfa y Omega

El amor a Dios y al prójimo

30º domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Un joven abraza a un inmigrante a su llegada al puerto de Taranto (Italia). Foto: Reuters / Juan Medina

Una vez más los fariseos tratan de poner a prueba a Jesús. Tras haber mantenido una discusión con los saduceos, el Señor es ahora interrogado por un fariseo, doctor en la ley. Desde hacía tiempo los israelitas trataban de encontrar un principio unificador ante la multiplicidad de preceptos religiosos que debían observar. De hecho, en tiempos de Jesús se contaban hasta 613 obligaciones y prohibiciones. Ante la enorme cantidad de prescripciones, no solo era difícil establecer una jerarquía entre ellas, sino también recordarlas. Aunque no fuera esta la intención del doctor de la ley que interroga a Jesús, este llevará a cabo un intento por simplificar los mandamientos, que proporcionará mayor claridad sobre cómo vivir y actuar.

El mandamiento principal

La respuesta de Jesús no parece original en un primer momento, ya que cita el primero de los preceptos de Israel, el Shemá, expresado en estos términos: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente», tal y como aparece en el libro del Deuteronomio 6, 5. La triple referencia al corazón, al alma y a la mente alude a las tres facultades psicológicas más importantes del hombre. Con la implicación de la totalidad del hombre se está indicando que la entrega verdadera a Dios ha de ser sin un corazón dividido, poniendo toda la vida en ella y tratando de conformar no solo las acciones, sino también la mente con el deseo de Dios. Es difícil resumir en tan pocas palabras un precepto que da la clave del cumplimiento de lo que Dios quiere del hombre. Si bien es cierto que cualquier israelita conocía también los mandamientos del decálogo, la formulación de tales disposiciones se había realizado habitualmente en clave de prohibiciones, es decir, marcando unas condiciones mínimas para que el hombre pudiera relacionarse con Dios. Incluso los formulados de modo positivo, como el mandato de honrar a padre y madre, estaban limitados por las relaciones en el ámbito familiar y no reflejaban de una manera completa cuanto el Señor pide en el Evangelio de este domingo.

«Amarás a tu prójimo»

Sin que el doctor de la ley se lo pidiera, Jesús establece un mandamiento semejante al primero: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Estamos ante un precepto tomado del código de santidad, del libro del Levítico. Como sabemos, entre los judíos existía una discusión sobre quién debía considerarse como prójimo. Para algunos, el prójimo comprendía únicamente a los habitantes de Israel; para otros, se podía extender hasta los extranjeros que se habían asentado en aquel territorio. Jesús da la célebre respuesta sobre quién es el prójimo a través de la parábola del buen samaritano. Pero no es el único ejemplo de la Escritura en el que se alude a cuál debe ser nuestra actitud con los demás. En concreto, en la primera lectura de este domingo, del libro del Éxodo, se especifica cómo debe realizarse el amor al prójimo. El emigrante, la viuda y el huérfano aparecen como los beneficiarios privilegiados del amor que cada uno de nosotros debemos transmitir a los demás. Con todo, cualquier persona pobre o necesitada de nuestra ayuda se ha de convertir para la ley y los profetas, –es decir, para el Antiguo Testamento– en objeto de nuestro amor. En realidad, el amor al prójimo se convertirá en la prueba de que nuestro amor a Dios es verdadero. Además, el Señor advierte varias veces en el libro del Éxodo que escucha el clamor de quien es maltratado, oprimido o explotado. En definitiva, aunque el mandato de amar a Dios y al prójimo se presente en un contexto positivo, no significa que se pueda reducir a una simple intención bondadosa o a un deseo aplazable al futuro. Las situaciones en las que nos encontramos en el día a día nos dan la oportunidad y nos exigen convertir en obras aquello que el Señor nos pide con claridad en el pasaje evangélico de este domingo.

30º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Mateo 22, 34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?». Él le dijo: «“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se sostienen toda la ley y los profetas».