Rossana Virgili: «Sin María e Isabel nada habría sido posible» - Alfa y Omega

Rossana Virgili: «Sin María e Isabel nada habría sido posible»

Victoria Isabel Cardiel C.
Foto cedida por Rossana Virgili.

Esta teóloga italiana ha lustrado el papel de las mujeres en las Sagradas Escrituras. La experta biblista reivindica la figura de María como la de una mujer que, aun a riesgo de ser lapidada, se enfrentó a la ley judía del matrimonio para poner su vida a disposición de Dios. A su juicio, es un modelo para el verdadero feminismo, que obra desde el servicio y no distorsiona lo femenino, haciendo asumir a las mujeres actitudes netamente masculinas.

El Papa ha concedido a las mujeres el derecho al voto en las asambleas del próximo Sínodo. ¿Llegamos tarde como Iglesia?
Sí, porque son muchas las que ya se han ido de la Iglesia. Hace 30 años era patente el deseo de protagonismo, pero hoy, incluso entre las estudiantes de Ciencias Religiosas, noto que hay cierto desencanto. Aunque más vale tarde que nunca.

Para muchos, la igualdad en la toma de decisiones supone un punto de inflexión histórico.
Lo es. En el Concilio Vaticano II hubo participación de mujeres, pero no tuvieron poder decisional. El Papa, en el artículo 103 de Evangelii gaudium, reconoce en las mujeres su capacidad de gobierno.

¿Cuál es su papel en la Iglesia?
No creo que las mujeres deban reivindicar la igualdad total, entendida como tener que hacer todo lo que los hombres hacen y de la misma manera. La Iglesia es un lugar de comunión entre personas diferentes y las mujeres tienen que aportar esa diferencia. Lo deberían haber hecho siempre, pero han sido silenciadas durante demasiado tiempo.

De hecho, el Papa dice que la Iglesia es Madre.
Sí, y también dice que María es más importante que los apóstoles. Esto es así por varias razones: es anterior a ellos y el principio de la Iglesia. Es la que, creyendo por fe, acoge la visitación de Dios al mundo. Es la primera gran teóloga por excelencia. No olvidemos que en Pentecostés hay un cenáculo que llamamos el cenáculo mariano. El lugar que tenía Jesús en la Última Cena lo ocupa María.

¿Hay futuro en la Iglesia sin esta visión?
El laicado masculino es mucho más pobre que el femenino. Pero, por desgracia, muchos sacerdotes no se dan cuenta de esto o no quieren verlo. Pensemos, por ejemplo, en quién imparte la catequesis o la iniciación en los sacramentos: la alfabetización de la fe cristiana depende de ellas, de las mujeres, porque en las familias, además, ya no resuenan las palabras de fe. La cuestión es que el mayor obstáculo para el reconocimiento de su servicio es el clericalismo.

La tradición cristiana nos ha transmitido un modelo de la Virgen María que no repara lo suficiente en lo transgresora que fue para su época y su circunstancia.
Todo el mundo sabe que, en la religión judía y en el mundo antiguo no se saludaba a las mujeres; eran figuras secundarias en relación con el varón. Por eso cuando el ángel Gabriel —que es el mensajero de Dios— va a casa de María y le saluda, es una señal de que María adquiere una dignidad que es como la del sacerdote Zacarías. Asume una nueva autoridad. De hecho, cuando dice que sí, tarda un poco y responde: «No conozco varón». María decide libremente para ponerse a disposición de Dios en un momento en el que elegir no era algo que pudieran hacer las mujeres y menos ella, porque su cuerpo ya pertenecía a José. La figura de María es transgresora; quebranta la ley del matrimonio y se arriesga a ser lapidada.

Además, su gran aliada en ese momento es otra mujer, su prima Isabel.
Juntas, en una nueva sororidad, constituyen la primera Iglesia cristiana. Sin ellas nada habría sido posible. También vemos esa libertad en las bodas de Caná, cuando María le dice a Jesús: «No tienen vino». No solo mira la necesidad, sino que la reconoce, hace suyo el grito de los débiles y siente la necesidad de cambiar la realidad.

¿Qué puede decir María a las mujeres de hoy en día?
Es una mujer con un papel político extraordinario. Las mujeres en la Biblia intervienen cuando su pueblo las necesita; no desde el poder, como lo hacían los hombres, sino desde el servicio. Este es el verdadero feminismo, no el que distorsiona lo femenino y hace asumir a las mujeres actitudes netamente masculinas. En muchos países europeos la Iglesia está en el precipicio, en una situación de vida o muerte. Y, como nos enseñan las Sagradas Escrituras, las mujeres entran en juego cuando Israel está en peligro de desaparecer.