Hay algo metafórico en esta producción, una suerte de diagnóstico preclaro que sus hechuras en clásico blanco y negro resaltan. No es profética, o mejor dicho, es una profecía de los años 50 revisada desde el presente. La profecía sobre una sociedad liberal que se devora a sí misma. Que crea sus propios monstruos del sueño de la razón. Tiene algo esa belleza de la costa amalfitana, de la obra de Caravaggio, de la Roma eterna, a través del prisma del blanco y negro. Curiosamente, no le resta ni un ápice de belleza, de hecho la acentúa… Pero tiene una segunda lectura: la de la visión corrompida del protagonista, incapaz de ver más allá de la dicotomía yo contra ellos. Porque hablemos de una vez de Ripley, Thomas Ripley. El mítico personaje de la literatura, interpretado en el cine por Matt Damon, John Malkovich, Alain Delon… y ahora por el sublime Andrew Scott. ¿Qué tiene este personaje que seduce a los mejores actores? Es por encima de todo un farsante, un pillo con un talento extraordinario para sobrevivir. Pero no se engañen, no es un pillo como Lazarillo de Tormes; no es un pillo mediterráneo, con sus trapicheos y travesuras que rescatan una sonrisa de sus lectores… Thomas Ripley es un pillo anglosajón, protestante. Y sus pillerías trocan en tragedia tarde o temprano. Porque en la civilización de la predestinación, ser un muerto de hambre es una condena y cualquier medio para levantar la cabeza está justificado. Como falsificar una identidad, como aprovecharse de un padre rico y preocupado por su hijo, como matar a un amigo. Decíamos que es una profecía, porque nuestra sociedad individualista tiene mucho del Ripley de los libros y por eso no nos repugna ver las aventuras de un protagonista que debería ser antagonista. Porque Ripley somos, en cierta medida, cada uno de nosotros si nos arrastrase esa forma maniquea de ver nuestra vida, nuestra sociedad: el blanco y negro del ellos contra nosotros; del que ha triunfado frente a nosotros, los miserables; de los miserables que no se han esforzado como el resto y aspiran a lo mismo. Ripley es belleza en rama y es poesía que una historia de maldad tenga un escenario en el que cada plano merece ser cuadro. Genialidad de sus creadores, disfrute de los espectadores.