Woody Allen vuelve a su cita otoñal tras 50 películas a sus espaldas (en realidad, esta es la número 49). En este caso, el productor Jaume Roures, de Mediapro, que ya había colaborado en otras tres películas del director neoyorkino (Vicky, Cristina, Barcelona, Medianoche en París y Conocerás al hombre de tus sueños), le pone una condición para invertir en su película: que la ruede en España. Dada la situación de ostracismo impuesto que vive Woody Allen en el país del #MeToo, respondió afirmativamente y eligió San Sebastián como escenario de su guion, originalmente ambientado en Nueva York. La participación española se extendía a parte del reparto, con Elena Anaya y Sergi López. El resto del elenco sigue siendo internacional, con el francés Louis Garrel, el alemán Christoph Waltz, la californiana Gina Gershon y quien hace de alter ego de Allen, Wallace Shawn, que es inevitablemente neoyorquino.
El argumento se desarrolla durante el Festival de San Sebastián. Sue es la jefa de prensa de Philippe, un pretencioso director francés que es una de las grandes estrellas del festival. Mort es el marido de Sue, que la acompaña y disfruta de la ciudad mientras su mujer trabaja. Ambos son neoyorquinos y se hospedan en el famoso hotel María Cristina. Mort sospecha que su mujer mantiene un affaire con su cliente Philippe, y casi como venganza, se encapricha con la doctora Rojas, que le atiende a causa de un dolor en el pecho. Esta sencilla y típica historia nos llega a través del relato del propio Mort, que va haciendo cuentas con su vida, a la vez que una serie de sueños nos presentan sus temores y fantasmas.
Como viene siendo habitual últimamente –salvo alguna excepción– se trata de una cinta ligera, entretenida, sin pretensiones, como un divertimento aderezado con los siempre ágiles e irónicos diálogos nacidos de la pluma de Woody Allen. Su profundo cinismo, presentado siempre con rostro amable, es, como siempre, el ruido sordo que atraviesa la película. La banalidad del amor, los fastidios de la vida, el rencor hacia un Dios en quien no se cree…pero también el sobrio disfrute de los pequeños placeres de la vida. Son los ingredientes de la estrecha mirada de Allen, la mirada de un circunspecto burgués resentido por la existencia.
Se trata de una de las películas más cinéfilas de Woody Allen. Los citados sueños que pueblan el filme, presentados en blanco y negro, son revisitaciones de famosas escenas de Buñuel, Bergman, Godard, Truffaut… Por tanto, el espectador poco conocedor de los grandes maestros disfrutará menos de esas escenas, que son las que arrancan más carcajadas del público cinéfilo.
La puesta en escena gira, como no podía ser de otra manera, en torno a un homenaje enamorado a la capital donostiarra. Pero hay que decir que la fotografía de Storaro la convierte en una ciudad mediterránea, con una dominante amarillenta que transforma el paisaje cantábrico en una rivera de la Costa Brava.
En fin, una película agradable, elegante, que se ve con gusto y se olvida enseguida. Probablemente, Woody Allen no pretende otra cosa.
Woody Allen
Estados Unidos
2020
Drama
Pendiente de clasificación