De la mano de Rafael Vázquez, director del Secretariado de la Subcomisión episcopal para las Relaciones Interconfesionales de la CEE, destacamos los avances del ecumenismo en los últimos años y los retos que aún quedan por delante.
¿Por qué es necesario rezar por la unidad de los cristianos?
La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos tiene su origen en 1908 en el ámbito anglicano, de manos del reverendo Paul Watson. El objetivo es unirnos cristianos de diferentes confesiones para pedir por la unidad de la Iglesia, ante la evidencia de constatar cómo hay distintas familias que viven divididas y eso contradice el deseo de Jesús de que todos seamos uno para que el mundo crea. Nuestra división contrasta con el deseo de Jesús de la Iglesia como lugar de comunión.
¿Se trata de que los demás se conviertan a nuestra fe, nosotros a la de ellos, todos a una nueva…?
Esta semana se celebra en los días previos a la fiesta de la conversión de san Pablo, que es la conversión que todos estamos pidiendo: una conversión de todos a Cristo. Doroteo de Gaza tiene una comparación que lo explica muy bien. Propone la imagen de una rueda con Cristo en el centro; en la medida que nos acercamos a Él por los radios de la rueda nos vamos acercando también entre nosotros. Eso es lo que pedimos esta semana, no convertirnos a una confesión o a otra, sino todos a Cristo. A medida que esto se produce se irá disipando lo que nos separa.
¿Qué avances se han dado en este camino?
A nivel teológico se ha avanzado mucho en los últimos 50 años. Por ejemplo, se han resuelto cuestiones que nos separaban como la doctrina de la justificación o la relación entre Escritura y Tradición, aunque queda por alcanzar una comprensión común de la Iglesia.
Pero no se puede hablar de ecumenismo solo desde una perspectiva teológica. También hay un ecumenismo de la caridad, de la vida, espiritual…, que son aspectos en los que también se ha avanzado.
En el plano espiritual tenemos cada año la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, y también experiencias ecuménicas como las comunidades de Taizé o Grandchamp.
Hay también un ecumenismo de la caridad, como el que se ha demostrado estos meses de pandemia, cuando las distintas confesiones cristianas han aunado esfuerzos o han coordinado recursos al servicio de la humanidad sufriente.
El Espíritu Santo sopla en todos los campos, pero aún nos queda bastante por avanzar. El objetivo es alcanzar una unidad esencial que respete nuestras diferencias y que un día podamos sentarnos a compartir la misma Eucaristía.
¿De verdad podremos compartir la Eucaristía?
Es posible si encontramos una unidad en lo esencial respetando la diversidad. Es necesario alcanzar antes una unidad en cuanto a la vida de gracia y los sacramentos, así como una comprensión común de los ministerios, del Credo y de cuestiones morales esenciales. Si pudiéramos llegar a eso, sería posible. No se trata de unificar liturgias sin más. Este objetivo requiere una reforma interna de la Iglesia para abandonar elementos que se han ido adhiriendo a lo largo de la Historia y que no son esenciales.
¿Por ejemplo?
El papado es hoy uno de los objetos de estudio más relevantes en el diálogo entre todas las Iglesias. Juan Pablo II, ya en la encíclica Ut unum sint, de 1995, decía que sentía un profundo dolor porque el primado de Pedro se había convertido en un elemento de división cuando en realidad nació como un servicio a la unidad. Él propuso estudiar el modo de ejercer este ministerio, porque hay elementos que igual no son esenciales. El carácter sinodal que está impulsando el Papa Francisco está ayudando mucho a avanzar.