Retrato de una familia mártir
Desde el pasado domingo los Ulma son beatos. Fue una familia asesinada en 1944 por los nazis en represalia por esconder judíos en su casa. Con más de 800 fotos de su vida cotidiana, sus descendientes y vecinos han impulsado la primera causa de beatificación de una familia al completo
«Conocí la historia de los Ulma cuando tenía 8 o 9 años. Mirando las fotos del álbum familiar había gente que no conocía. Mis padres me dijeron que fueron unas personas fusiladas por los nazis», cuenta a Alfa y Omega Mateusz Szpytma, subdirector del Instituto de la Memoria Nacional en Varsovia. En realidad aquellos rostros eran más cercanos a él de lo que le dijeron en un primer momento. Su abuela era hermana de Wiktoria Ulma, la mujer que fue asesinada el 24 de marzo de 1944 junto a su esposo y sus siete hijos por esconder a dos familias de judíos, los Goldman y los Grünfeld, en el techo de su casa en Markowa. Desde el pasado domingo, 10 de septiembre, esta familia de mártires es beata.
Szpytma, que ha dedicado parte de su vida a la búsqueda de criminales de guerra y llegó a encontrar en Essen al oficial que ordenó fusilar a su familia, cuenta que reconstruir la historia de sus antepasados fue más sencillo que en otros casos porque su tío abuelo, Józef Ulma, compaginaba sus labores agrícolas con un trabajo a tiempo parcial como fotógrafo, haciendo instantáneas fundamentalmente de matrimonios y grandes eventos en el pueblo. Para facilitar el revelado, su casa tenía unas ventanas un poco más grandes que las de sus vecinos y en sus ratos libres hacía retratos de él, su mujer y sus hijos. Fruto de su trabajo se conservan más de 800 imágenes de su vida diaria. «No hay otra familia de campo de aquella época que tenga tantas fotos de sí mismos», cuenta el polaco.
Gracias a la extensa documentación que pudo recabar de sus parientes y su compromiso con las víctimas del nazismo en Polonia, Mateusz Szpytma ha sido uno de los impulsores de la beatificación de los Ulma, un proceso que se inició en 2003 y que, según sus palabras, «me emocionó mucho y me hizo profundizar aún más en el tema». No estaba solo, todo Markowa le acompañaba. «Los vecinos conocían este hecho aunque no se hablara de él», porque al principio pesaba más el duelo, «aunque una parte de la familia cuidaba con mucho cariño de su tumba». A los Ulma se los quiere en su localidad y, desde el 17 de marzo de 2016, alberga un museo con su nombre en honor a los polacos que salvaron judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
Cuando la beatificación era aún una posibilidad lejana, los feligreses de Santa Dorotea incluyeron un grabado de los Ulma en la puerta de la que fue su iglesia. Aún no había llegado Romano Chowaniec, su actual párroco, quien se considera «afortunado» por la primera beatificación en la historia «de toda una familia entera» y de una sola vez. Wiktoria y sus seis primeros hijos fueron bautizados allí. Jozef, un poco mayor que su mujer, en una iglesia provisional de madera que precedió al templo visitable hoy día. Y el último hijo, de sexo desconocido porque fue asesinado mientras nacía, no pudo ser bautizado en Santa Dorotea, pero sí recibió de sus padres el bautismo de sangre.
Desde las tres de la mañana
«La peculiaridad de esta beatificación cosiste en que se sube a los altares a una familia entera unida no solo por su sangre, sino por dar testimonio de Cristo hasta dar su propia vida», sostuvo el cardenal Marcello Semeraro mientras presidía la Misa de beatificación de esta familia en Markowa. El prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos declaraba el día anterior en una rueda de prensa que, aunque a los Ulma no se les exigió renegar de Cristo antes de fusilarlos, «el hecho que desencadenó el asesinato y martirio es solo uno: haber acogido a personas judías». «No fue un asesinato político, sino un castigo por seguir la parábola del buen samaritano», consideró el italiano. Un pasaje del Evangelio, además, subrayado a lápiz en la Biblia de esta familia. Según el purpurado, al dar la vida por los judíos, los Ulma «custodiaron las raíces de las que Cristo nació» y, por tanto, «las raíces por las que somos cristianos».
Más de 32.000 personas se reunieron el pasado domingo en la explanada donde antaño estuvo la casa de los Markowa para celebrar su sacrificio. Hubo trajes típicos polacos y niñas con vestidos de comunión. Algunos peregrinos como Agnieszka se levantaron a las tres de la mañana para conseguir sitio en primera fila. Estaba orgullosa de la historia de Polonia y le pareció un plan estupendo para ir con una amiga de su parroquia pero, sobre todo, era muy consciente de encontrarse «ante una familia muy especial, porque estaban llenos de misericordia y amor por gente que no conocían».