Responsable del diálogo con la Ortodoxia: El Sínodo de los Obispos es «prometedor»
El padre Hyacinthe Destivelle, responsable de la relación con las iglesias ortodoxas orientales en el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, explica las implicaciones ecuménicas del Sínodo de los Obispos sobre la sinodalidad. Cómo se viva este aspecto, junto con la primacía del Papa, «dará credibilidad al compromiso ecuménico [de los católicos], más que el diálogo teológico»
La convocatoria para 2022 de una nueva edición del Sínodo de los Obispos que versará precisamente sobre la sinodalidad en la vida de la Iglesia puede ser un momento importante para el ecumenismo, y más en particular para la relación con la Ortodoxia. Así se desprende de las palabras del sacerdote dominico Hyacinthe Destivelle, responsable de la relación con las iglesias ortodoxas orientales en el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.
De hecho, en entrevista a Alfa y Omega, Destivelle asegura que «lo que dará credibilidad al compromiso ecuménico [de los católicos], más que el diálogo teológico, es la práctica de la primacía y de la sinodalidad». En este sentido, el funcionamiento actual del Sínodo de los Obispos es en sí mismo «prometedor para las relaciones ecuménicas».
Desde hace 15 años —recuerda el sacerdote— la Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Telógico Católico-Ortodoxo ha estado trabajando sobre la relación entre primacía y sinodalidad. Esta profundización fue en un primer momento sistemática y desembocó en el Documento de Rávena (2007), para luego abordarse desde una perspectiva histórica centrada en el primer milenio, antes del Cisma de Oriente. Este análisis se llevó al Documento de Chieti (2016). Desde entonces, se empezó a trabajar en intentar elaborar una visión compartida de la historia del segundo milenio hasta hoy.
La «sorpresa» de este proceso es que, siendo su objetivo principal «reflexionar sobre la primacía a escala universal, en particular la forma en que podía entenderse la del Obispo de Roma» (principal obstáculo entre ambas confesiones), «ha habido un cierto cambio del centro de gravedad». En efecto, cada vez se ha dado más protagonismo a la sinodalidad. «Hoy es la principal preocupación tanto de la Iglesia católica como de la Iglesia ortodoxa», subraya el dominico.
«Un estilo de vida más que un modo de gobierno»
Pero se trata de una sinodalidad que «es un estilo particular de vida más que un modo de gobierno», matiza. «No consiste solo en la organización de sínodos o consejos, sino en la corresponsabilidad de todos los miembros de la Iglesia, en la articulación de los carismas de todos los bautizados, en una escucha mutua, como a menudo la define el Papa Francisco».
Derivada del griego syn-odos, «camino común», la sinodalidad define a la Iglesia como un viaje común: «Un viaje, porque la Iglesia está en movimiento, no es un organismo estático, sino que se dedica a un proceso dinámico de peregrinación y misión. Común porque todo el Pueblo de Dios está involucrado: los fieles en virtud de los carismas recibidos en el bautismo, los pastores en virtud de su ministerio».
Destivelle explica que, en Oriente, este camino común se articula tres dimensiones: «El ejercicio comunitario de todos los bautizados del sensus fidelium o “conciencia de la Iglesia” (ekklesiastikè syneidesis); el ministerio colegial de discernimiento ejercido por algunos (especialmente en los sínodos permanentes), y finalmente el ministerio de unidad llevado a cabo por un protos (obispo, metropolita o patriarca)».
Esta estructura se repite a nivel parroquial, diocesano y regional. Y, aunque las manifestaciones cambien, el significado que se da a la sinodalidad «no es diferente del que se tiene en Occidente». Por eso, profundizar en ella y vivirla «es importante para la vida interna de la Iglesia católica, pero también para sus relaciones con otros cristianos. La sinodalidad interna es importante para la sinodalidad externa».