Responsable de movimientos de Madrid: «Son una riqueza para todos»
Con motivo de su jubileo, el cardenal Cobo les encarga colaborar con la diócesis
«Los movimientos y las asociaciones tienen vida propia, son una riqueza para todos y es bonito que los conozcamos y lo sepamos», reivindica Susana Arregui. Es directora del Secretariado de Apostolado Seglar de la Archidiócesis de Madrid, miembro de Schoenstatt y una de las personas que el pasado sábado participaron en la vigilia en la catedral de la Almudena que el arzobispo de Madrid, el cardenal José Cobo, presidió con motivo del Jubileo de los Movimientos, Asociaciones y Nuevas Comunidades. Una jornada coincidente con la vigilia de Pentecostés en la que el purpurado los animó a «seguir haciendo todo lo posible para que vuestros carismas permanezcan al servicio de la unidad de la Iglesia».
Arregui recoge el guante cuando le preguntamos por las palabras del cardenal. Pese a todos los reconocimientos que hace de estas realidades eclesiales que ella misma impulsa en la archidiócesis, matiza que «el carisma de los movimientos y asociaciones no es nada si no se entrega». Y lo ilustra con un ejemplo tan sencillo como directo: «Si yo quiero vivir el espíritu familiar pero no me hablo con mi familia, ¿qué espíritu familiar voy a vivir?». «Según aparece en el documento final del Sínodo, la unidad celular de la Iglesia es la parroquia», recuerda.


De manera recíproca y sin tirones de orejas, pide a las parroquias que también vivan este valor. Lamenta que «haya gente que dice que los movimientos dividen a la Iglesia», cuando su experiencia es justamente la contraria. De hecho comenzó a colaborar de forma activa en la Iglesia de Madrid cuando un sacerdote de Schoenstatt la animó a hacerlo. A su juicio, el camino está en un esfuerzo bidireccional en el que pediría a los movimientos que se involucren y se sientan parte, porque lo son, de la vida de la diócesis. «El fundador de Schoenstatt decía que debemos ser la mano derecha de nuestro párroco», recalca. Al mismo tiempo, pide a las iglesias generosidad para que, otro ejemplo, cedan sus instalaciones a los movimientos que necesiten reunirse. Es una convicción que ilustra a la perfección Soledad Cosmen, miembro de Domus Mariae y también presente en la catedral durante el Jubileo de los Movimientos, Asociaciones y Nuevas Comunidades.
Explica que, aunque su asociación tenga su propio carisma, «todos los laicos estamos dispersos por Madrid y cada uno pertenecemos a una parroquia» en la que arrimar el hombro. «Nosotras [aunque también cuentan con algunos hombres atraídos por el carácter mariano de la asociación, N. d. R.] llevamos dando catequesis en nuestras parroquias desde el año 1985». También «formamos parte de sus consejos pastorales» y desde este último curso, a raíz del Sínodo, han comenzado una nueva experiencia en la iglesia de San Mateo, en el barrio villaverdino de Ciudad de los Ángeles. Aunque mantienen la arraigada costumbre de reunirse en sus casas para compartir la Palabra de Dios vivida en la semana y tener su formación, aparte, existe entre ellos un grupo específico que lo hace en este templo y, «cuando vamos allí, al igual que cuando estamos en cualquier parroquia, saben perfectamente que somos de Domus Mariae». Su objetivo es aportar su granito de arena para que la iglesia de su barrio «sea como una casa de María con la palabra de Jesús en el centro». «Ahora que se nos ha hablado tanto de sinodalidad y de caminar juntos, es algo que nos beneficia a todos», sostiene Cosmen. Y entronca directamente con el mensaje que aún recuerda del cardenal Cobo cuando el pasado sábado «nos habló de la importancia de que todos los movimientos vivamos en comunión y nos sepamos ensamblar unos con otros para poder trabajar juntos». Pero también de León XIV, que aquel mismo día en Roma pedía «que tengamos vinculación con nuestras parroquias porque es el lugar de origen de la fe».

Soledad Cosmen, miembro de Domus Mariae y quien participó en las actividades del Jubileo del sábado, recuerda que en la vigilia «la catedral estaba a tope». Cuenta que «se nos había pedido que llevásemos los símbolos» de las realidades eclesiales reunidas, todos ellos pegados sobre una cartulina, «como una manera de vivir la comunión» aunque «cada uno con su personalidad». Después, miembros de estas realidades los depositaron por parejas en el presbiterio para que fueran visibles durante toda la celebración. También «había gente de algunas parroquias», subrayando aquel caminar juntos al que se les emplazó en vísperas de Pentecostés. Aparte, cada peregrino «teníamos el mismo signo en tamaño pequeño» para que, en el momento del envío, el cardenal Cobo los bendijera a todos.
Antes de aquella celebración, los participantes se habían reunido en el Seminario Conciliar de Madrid para comer juntos, compartir un café, canciones y disfrutar de unas pequeñas obras de teatro sobre los retos que tienen los laicos en el mundo para ofrecer testimonio de su fe. «A mí me hizo mucho bien».