Representantes de la «teología de la muerte de Dios»: W. Hamilton - Alfa y Omega

• En su libro The New Essence of Christianity (La nueva esencia del Cristianismo) cuestiona Hamilton el objeto de nuestra creencia: así como no podemos rechazar el pasado tradicional cristiano, tampoco podemos repetir sin más la teología clásica del pasado. Aceptar nuestra época secularizada significa rechazar una religiosidad que hace de Dios la respuesta egoísta a las necesidades de los hombres: Dios no es —aunque así se lo haya presentado con frecuencia— un objeto a nuestra disposición. Puede que sea por eso por lo que el hombre de hoy, con sus necesidades básicas cubiertas, haya terminado por abandonar su fe en Dios.

• Partiendo de esta crisis, proceso purificador, es como debe el cristianismo redescubrir hoy el verdadero sentido del evangelio y de su fe. El problema de la incredulidad, piensa Hamilton, no es sólo una cuestión del ambiente que nos rodea, sino que se ha metido en nuestro interior. La teología tendrá que eliminar mitos y elaboraciones ilusorias, a costa de correr no pocos riesgos, con el fin de que el hombre alcance su plena madurez.

• La especulación filosófico-teológica de Hamilton está marcada por la influencia de la cuestión del sufrimiento. Él mismo asiste a la muerte trágica de un par de amigos suyos. En este discurso, en el que luchan el silencio ante el misterio con la palabra y el discurso sobre Dios, se trasluce la idea de un Dios de la que conviene desprenderse. Pero si el Dios providente de la tradición permanece lejos de nuestra aceptación y nada tiene que aportar, confesar seguidamente su muerte es la consecuencia lógica. La muerte de Dios, que Hamilton declara, es la muerte de las imágenes tradicionales de Dios. Su realidad ya no satisface al hombre ante el problema del dolor, ni siquiera lo encuentra necesario en una vida cotidiana que discurre sin que pase nada.

• El problema de un Cristo, que se dice Dios pero recusa el poder y la soberanía hasta el punto de padecer y morir en la cruz, es objeto de la reflexión cristológica de Hamilton. Aunque para él la influencia del pensamiento griego en el cristianismo antiguo no es una perversión sino que corresponde al normal e histórico desarrollo de la fe, sin embargo eso no exime de la tarea de repensar los títulos mesiánicos de Jesús. Lo que fue válido en otro tiempo no tiene por qué serlo en el nuestro. El señorío de Cristo, en otro tiempo expresado con categorías jerárquicas, debe manifestarse hoy a través de la humillación y la cruz. En resumidas cuentas, es más importante la forma de vivir que la manera de hablar.

• Esta forma de vivir en nuestros días la fe se orienta a una especie de santidad incluso sin Dios, una coherencia comprometida con los valores de la humanidad, fundamentalmente la tolerancia y la bondad. Integrando las posturas luteranas y calvinistas, Hamilton aboga por una especie de revolución pacífica, por el compromiso de un evangelio más social, que reacciona ante cualquier tipo de conformismo liberal. Se trata de un optimismo profano, que se desprende de la confesada muerte de Dios: si el hombre es el que crea sus problemas, él mismo ha de ser quien los solucione.

• Hay, pues, dos maneras de reaccionar ante esta situación social: la ruptura total o la resignada transformación interior, desde dentro de la misma sociedad. Este segundo modo no deja de ser una imitación, secularizada o más bien ética, de los valores de Jesús. Pero no es ateo Hamilton, que culmina su obra con las palabras: «obedecer a Dios». Tan sólo conecta el compromiso social con su fe religiosa, la dimensión ética con la dogmática, para aportar algo al hombre en medio de su mundo. Más que en la Biblia —sin que eso signifique un rechaza abierto—, es en esta perspectiva ética donde debe la reflexión hallar cauces para iluminar la existencia del hombre en el mundo.