Reikiavik. El porqué de vivir la vida de otros - Alfa y Omega

Uno de los grandes éxitos del Centro Dramático Nacional de la pasada temporada fue este Reikiavik, escrito y dirigido por Juan Mayorga. Durante el mes que estuvo en el Valle-Inclán agotó todas las localidades, por eso, tras una exitosa gira, vuelve a este mismo teatro. Inspirada en la partida de ajedrez de 1972 entre Fischer y Sassky, el autor aprovecha para hablar sobre la Guerra Fría, sobre el comunismo y sobre el capitalismo.

Sobre el escenario hay un parque, y una de esas mesas con un tablero de ajedrez desdibujado ya en la superficie. Hay también dos bancos, punto de encuentro para dos personajes que se conocen, ¿o no?, y que inician una dialéctica brillante ante la atenta y sorprendida mirada de un adolescente a punto de presentarse a un examen global, total, vital. Reikiavik está en el Centro Dramático Nacional de Madrid hasta el 30 de octubre.

He leído no sé dónde que a Juan Mayorga le gusta ver teatro donde no lo hay, cosa totalmente comprensible si partimos de la base de que, en efecto, la vida es puro teatro, el aire es más que teatro (y poesía también, no lo olviden), el amor es el mayor de los teatros e incluso el sueño. Dicho esto, queda claro el anhelo de Mayorga por la vida que trasciende y sale de los personajes para anclarse dentro de otros; y eso es precisamente lo que sucede en Reikiavik.

Sobre el escenario un parque con una de esas mesas con un tablero de ajedrez desdibujado ya en la superficie y dos bancos, punto de encuentro para dos personajes que se conocen, ¿o no?, y que inician una dialéctica brillante ante la atenta y sorprendida mirada de un adolescente a punto de presentarse a un examen global, total, vital… –ya lo entenderán–. Lo más entrañable de todo es que estos dos individuos, carne y hueso más jirones de memorias ajenas y prestadas, interpretarán para el muchacho uno de los momentos más geniales de la historia del ajedrez, la mítica partida conocida como el Match del Siglo, cuando allá por 1972 se vieron las caras por primera vez el ajedrecista norteamericano Bobby Fischer y el ruso Boris Spasski, último campeón mundial de esa disciplina. Lo cierto es que había mucho más que una partida de ajedrez en juego; estamos hablando de la vorágine de la Guerra Fría, del temor al avance soviético, del orgullo norteamericano y de las fobias y pasiones del ser humano que lo asemejan por momentos a una perfecta máquina y lo desmitifican hasta el punto de arrebatarle hasta el sentido. Ahí es nada.

El Campeonato Mundial de Ajedrez se jugó, como no podía ser de otra manera, en Reikiavik; capital del frío, del aire y de acantilados. Se prolongó durante casi mes y medio y el ganador tendrán ustedes que averiguarlo. Eso es lo de menos. Lo importante es ver cómo se van configurando las personalidades de los dos ajedrecistas encarnados en Waterloo y Bailén (si es que esos son sus nombres), que lo hacen por ocio –eso de transmutarse–, por admiración y por el deseo de entrar en la vida de los demás y ahondarla. Porque en efecto, la obra habla de eso. De cómo nos vertemos en los demás o dejamos que otros nos invadan para revivirnos.

La partida de ajedrez no es más que una excusa brillante, ciertamente, pero una excusa para penetrar en el misterio de la otredad. Entonces, es aquí donde entra en juego el buen hacer de los actores. Pocas veces, -repito-, pocas veces he asistido a una representación técnicamente tan excepcional. Un texto que por momentos se complica y mucho, lo resuelven con suma eficacia los dos protagonistas Daniel Albadalejo y César Sarachu con un cariño absoluto. Uno desde su butaca se deja atravesar por esa fuerza de la verdad y esa energía que no paraba de fluir de principio a fin. Un trabajo cuidado y amoroso, como solo se puede hacer si se respeta el escenario y se defiende. Creo que se trata de un regalo –francamente-. Tantos personajes en uno suponen para cualquier actor un reto, lo relevante es cuando, superado con eficacia ese reto, se descubre que hay pasión además de buen hacer entre las cuatro paredes. Muy agradecida, sin duda.

Sirva como información que ya las entradas para esa función estaban agotadas. Sirva también que me dejó boquiabierta en más de una ocasión. Sirva que en cuanto abandoné el teatro acudí rápida a buscar información sobre lo que allí había acontecido. Sirva, pura y llanamente, que me entusiasmó la pieza. De verdad, una obra maestra. Es algo a lo que Juan Mayorga nos tiene acostumbrados (…).

Ahora les toca a ustedes iniciarse en el buen teatro. Atrévanse a soñar y a vivir la vida de los demás. Sean protagonistas o espectadores. Asistan siempre que puedan a la magia de ser y creerse otros, de ser y creerse ustedes mismos –si es que ustedes lo son–.

Vayan a ver la obra. Vayan a vivir la obra. Vayan a jugar esa y no otra partida de ajedrez.

Reikiavik

★★★★☆

Teatro:

Centro Dramático Nacional.
Teatro Valle-Inclán

Dirección:

Calle de Valencia, 1

Metro:

Lavapiés

Hasta el 30 de octubre