Red de familias para extender la caridad
Los voluntarios de la asociación Confía han pasado de hacer batas EPI al inicio de la pandemia a dar de comer a 5.000 personas a la semana
Un «que Dios te bendiga, muchas gracias por traernos comida» y para Ana Cerezo ya está el día «apañado». Es viernes por la mañana y va con el coche lleno de raciones de potaje de camino al comedor social de la Hermandad del Santísimo Cristo de los Remedios, en San Sebastián de los Reyes. Ana es una de las voluntarias de Confía, asociación compuesta por una red de familias extendida por todo Madrid que cocinan para personas en situación de vulnerabilidad. Están organizadas en nueve grupos que se gestionan por WhatsApp; en total, más de 700 voluntarios que, entre otras cosas, preparan actualmente 5.000 comidas a la semana.
No empezaron con este volumen, ni siquiera con comidas. Javier Pereda, coordinador de la asociación junto a María Riesco, cuenta a Alfa y Omega que lo de Confía es la versión moderna del milagro de los panes y los peces. Un grupo de amigos que se unieron al principio de la pandemia para hacer batas EPI y a los que, en mayo de 2020, una llamada les cambió la vida. «Lo que tiene ahora la gente es hambre». Era la hermana María Sara, de la parroquia San Ramón Nonato, a la que ya conocían porque desde hace tres años organizan en el comedor social de San José los Jueves Solidarios: cocinan, sirven y comparten mesa con familias beneficiarias.
En busca de una gran cocina
Así que empezaron a preparar entre 100 y 150 raciones a la semana que les llevaban los sábados. Entonces llegó otra llamada, esta vez en forma de toma de conciencia de una realidad que en Madrid hacían evidente las colas del hambre: «Necesito más». Empezaron a aumentar las familias voluntarias y la asociación llegó a acuerdos con algunas parroquias o entidades para poder utilizar también sus cocinas. Así sucedió con la Casa Cristo Rey de Pozuelo. Les cedieron sus cocinas y su personal una vez a la semana, con lo que Confía ayuda al sostenimiento de la casa. Cerca de 800 de los menús totales salen de ellas.
También se cocina en las instalaciones que Bocatas tiene en la parroquia Santo Tomás Apóstol de San Blas. La idea es, y en este punto de expansión están ahora, tener un local para instalar una gran cocina solidaria que centralice el trabajo. «De esta manera se profesionalizaría y se llevaría a las familias, en turnos por grupos, a un entorno común». Y así se consolidaría esa gran comunidad que ya se ha creado por WhatsApp. «Son preciosos –reconoce Pereda– los mensajes de cómo se vive esto en familia, desde el “ya está la pasta en la cazuela” hasta la alegría de ver en foto a los beneficiarios con esa ración lista para comer». Porque «nosotros no damos, nosotros compartimos: la gente piensa con quién va a compartir esa comida que está cocinando».
En casa de Ana Cerezo todos participan de alguna forma de este «voluntariado familiar» como ella lo llama. Kike, el padre, ayuda con la logística. Paula (22 años) también, y «le encanta». Nacho (20) vive fuera porque se prepara para piloto militar, pero se involucra al cien por cien cada vez que va de visita. Irene (18) «me ayuda muchísimo». Tito (15) se hace a veces el remolón, pero siempre acaba echando una mano cargando y descargando, e Ichi (13) es una cocinillas, de hecho se presentó a MasterChef y quedó entre los 50 mejores. «Esto nos ha unido muchísimo más», reconoce Irene, que acompaña a su madre con los potajes el día que hablamos con ellas. «Creces tú personalmente, en tu vida espiritual, en tu relación con los demás… Siempre pienso: “Hoy va a haber quien coma gracias a que yo estoy aquí en vez de con mis amigas”». Su madre apunta que «nos lo hemos tomado como una rutina familiar más» y «siempre tendrán ese recuerdo: “¿Os acordáis de cuando hacíamos táperes?”».
Cada familia cocina un día a la semana siguiendo un menú tipo ya predeterminado, fácil de preparar, variado y nutritivo. Compran los ingredientes y Confía les suministra los táperes, y así las raciones son homogéneas. En cada casa se hacen diez para cumplir con la normativa, ya que además no hay un fin lucrativo, y siempre respetando las medidas de seguridad: uso de mascarillas, guantes… La casa de Ana es el punto de recogida de los menús de su gente. Se los llevan preparados al comedor de San Sebastián, a las Misioneras de la Caridad y al Cottolengo, tres de las al menos 15 parroquias y entidades de Iglesia con las que colabora Confía. Javier Pereda comprueba que «nadie le dedica 24 horas al prójimo más que la Iglesia». Y apunta a la razón de ser última de Confía: «Todo esto no sería posible sin Él; lo que estamos haciendo es una locura, pero bendita locura».
Confía, en su doble vertiente de confianza en Dios y en la ayuda a los demás, se presentó oficialmente en noviembre de 2020 con un logo diseñado por Jaime. Este chico, de 23 años y autista, es el dibujante y alma del proyecto Algo de Jaime. La creatividad fue donada a la asociación, que tiene como lema Queremos querer querer.