Razones de la fe: La Via misericordiae - Alfa y Omega

• A la luz del Año de la Misericordia, proclamado por el Papa Francisco, me acerqué al libro de W. Kasper titulado precisamente así: La Misericordia. En sus primeras páginas, muy sabrosas, nos ofrece el autor una breve reflexión sobre algunas de las razones del ateísmo moderno. Si la presencia inexorable del mal amenaza al hombre y le oscurece con frecuencia la presencia de Dios, la consideración de su misericordia pone un límite al mal. El redescubrimiento de la misericordia divina y su anuncio a los hombres de nuestro tiempo es hoy más acuciante que nunca: en efecto, en ella reside el atributo más elevado de Dios y brilla la perfección divina por antonomasia.

• En muchas culturas, en muchas tradiciones está presente, de una u otra manera, la pregunta por el mal y el porqué del sufrimiento; podemos decir que esta reflexión es tan antigua como la misma humanidad. Si es así, la consideración de la misericordia no es una cuestión caprichosa o baladí, sino que responde a esa inquietud universal. ¿Acaso no es la compasión solidaria y la empatía, en medio de muchas contradicciones, también uno de los signos de nuestro tiempo? El auge de los voluntariados más diversos pone de manifiesto este deseo de la humanidad que no puede permanecer sorda ante el grito permanente de los más necesitados.

• Es precisamente por eso, por lo que muchos encuentran hoy, en la demanda de misericordia y compasión, un camino oportuno para llegar a Dios (o por lo menos, para buscarle). No es un tema que haya tenido una interpretación lineal a lo largo de la historia, ni tan siquiera un tema cuya importancia haya sido puesta siempre de manifiesto. Por eso se impone la tarea de repensar la doctrina de las cualidades de Dios para devolver a la misericordia divina el lugar que le corresponde, sin caer en interpretaciones emotivistas o superfluas que desdibujan, en el fondo, su verdadero significado.

• Ya vimos los atributos esenciales o metafísicos de Dios, así como algunos rasgos de su obrar en el mundo por Él creado; a ellos puede llegar el hombre, aunque a duras penas, en virtud de su razón. Pero cuando pienso en la misericordia divina, en su amor preferente y compasivo por los pobres, me coloco ante una de las manifestaciones de su misterio que Él mismo nos revela libremente en la historia de la salvación. Resulta difícil, de hecho, para quien lo estudia, conciliar la omnipotencia e impasibilidad del Dios celeste con un amor tierno capaz de estremecerse ante la fragilidad del ser humano y, por supuesto, ante su culpa. El problema del sufrimiento de Dios, arduo y sumamente complejo para nuestra razón, tan sólo se esclarece cuando prestamos el oído a la voz de la revelación: confidencia que nos habla al corazón del corazón de ese Dios bíblico que, sin dejar de serlo, se abalanza sobre su hijo descarriado y compadece a la viuda en duelo por la muerte de su único heredero.

• Le toca, en efecto a la teología más especulativa intentar conciliar y aclarar la cuestión. Pero si la pastoral concreta no quiere distanciarse de la situación real de los hombres, más aún, sin quiere invitarles a reconsiderar la cuestión de Dios, incluso en medio del dolor, no puede renunciar a presentar la compasión de Dios. Ello no significa tergiversar lo que significa su justicia, ni cuestionar su santidad; tampoco presentar un paliativo, opio para el pueblo; no significa relativizar el peso de nuestras culpas, ni eliminar la posibilidad de la condenación. En el fondo, la misericordia es la justicia propia de Dios.