Un adicto reaviva la «batalla perdida» contra las tragaperras - Alfa y Omega

Un adicto reaviva la «batalla perdida» contra las tragaperras

Las máquinas no tienen ningún control de acceso, por lo que son utilizadas en ocasiones por menores. Su permanencia tiene que ver con el dinero que mueven

José Calderero de Aldecoa
Una persona juega a una tragaperras
En España hay 140.000 tragaperras. En la última década ha decrecido el interés social por ellas. Foto: Fabián Simón.

No quiere revelar su nombre, pero R. O. comparte su historia con Alfa y Omega. La primera vez que entró en contacto con una máquina tragaperras «tenía 16 años», rememora. Entonces él no sospechaba que aquel gesto «de meter monedas por hacer la gracia», y al que no le dio ninguna importancia, acabaría generándole tanto sufrimiento. Terminó provocándole una adicción al juego contra la que lucha todavía hoy. «Era la época en la que empecé a salir de fiesta por la noche con los amigos». La pandilla solía acudir a un bar en el que conocían a los dueños. «Allí tenían una máquina. Luego pusieron dos. Y esporádicamente tocaba algún premio». Cuando el azar les sonreía —el sonido que lo corroboraba era el claqueteo de las monedas cayendo sobe la bandeja de recogida de premios— «al final era una fiesta, porque invitábamos a todos a una ronda de lo que estuvieran bebiendo».

El capítulo dos de esta historia sitúa a R. O. en el mismo bar, pero en esta ocasión ya no está «con los colegas». Se encuentra tan solo acompañado por uno de los primeros sueldos que ha logrado en su trabajo. «La verdad es que le cogí afición». No obstante, «la adicción solo llegó cuando dí el salto al juego online». Se trata el capítulo tres y, en él, el protagonista pasa horas conectado tratando de conseguir un full de ases y jotas y gastando más de lo razonable. «He llegado a meterle 300 euros en un día», reconoce con tristeza. La situación llegó hasta tal punto que R. O. se asustó y quiso dejarlo. Capítulo cuarto: para ello, solicitó su incorporación voluntaria al Registro de Interdicciones del Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas. «Se trata de una autoprohibición. Una persona solicita el ingreso, se le aprueba y se registra su DNI. A partir de entonces, ya no puede entrar en los casinos, salas de juego y juegos online». Para acceder a estos espacios es necesario presentar el Documento Nacional de Identidad. «Pero como está incluido en el Registro de Interdicciones no te dejan acceder».

El capítulo cinco es en el que la adicción es más fuerte que su lucha contra ella y dirige a R. O. a las tragaperras donde empezó esta historia. «Allí no hay ningún control, así que puedes acceder libremente». Así lo hizo y a la adicción al juego se sumó la del alcohol. «Al principio me pedía cafés para que nadie me echara de allí porque no estaba consumiendo». El problema es que «tanta cafeína me ponía frenético», así que se pasó al alcohol. «Primero un botellín, luego otro y nunca menos de tres». Durante la entrevista, el protagonista no quiere ahondar en el sufrimiento que le generó esta situación a su familia. «Mucho», desliza lacónicamente. «Las consecuencias no solo me afectaron a mí, sino también a los que más me quieren», sentencia.

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A la luz de su historia, R. O. ha iniciado un campaña de recogida de firmas para que las autoridades obliguen a instalar en las tragaperras un lector de DNI. «Con esto se matarían dos pájaros de un tiro; porque, por un lado, evitas que los menores puedan acceder al dispositivo y también bloqueas el acceso de quien tenga el jugo autoprohibido», concluye R. O. En realidad, el protagonista de esta historia trabaja con el objetivo final de hacer desaparecer este tipo de máquinas de los bares, «como ocurre en otros países, donde están prohibidas». Pero es consciente de que «aquí es más difícil porque es una práctica muy arraigada».

Además de ser un práctica arraigada mueve miles de millones de euros, lo que a juicio de la Federación Española de Jugadores de Azar Rehabilitados (FEJAR) ha provocado que el ni el sector hostelero ni la Administración hagan nada al respecto. «El juego de azar mueve casi 40.000 millones de euros, es decir un 2 % del PIB», detalla Juan Lamas, director técnico de FEJAR. De entre todo ese dinero, «el 40 % lo mueve la propia Administración a través de Loterías del Estado y otras entidades». Se trata, por tanto, «del impuesto más dulce que pagamos todos los españoles y nadie se queja».

A pesar de las cifras, desde FEJAR llevan luchando contra las máquinas tragaperras desde 1991. El peso de los años le lleva Lamas a sentenciar: «Es una batalla perdida». El único atisbo de esperanza que señala el director técnico tiene que ver «con el retroceso que están experimentando las máquinas». Cada vez hay menos. Eso, sumado a la «relación continua» que FEJAR tiene «con el Ministerio de Derechos Sociales», que es quien tiene las competencias, y campañas como las de R. O., podrían ayudar a lograr el objetivo de controlar el acceso a los dispositivos y, a largo plazo, acabar con ellos.